­Renovarse o morir. La vida en el campo poco a nada tiene que ver con la de antaño. La imagen del agricultor analfabeto que trabajaba de sol a sol forma parte del pasado. La entrada de España en la Comunidad Económica Europea, el 1 de enero de 1986, supuso un antes y un después para quienes vivían de la agricultura y apostaron por esta vertiente del sector primario, aunque el camino no ha estado, ni mucho menos, exento de espinas.

Quienes trabajan la tierra y se montan en el tractor piden a los que dirimen su futuro en los despachos que miren al campo, que se preocupen de sus problemas y hablen de creación de empleo y no sólo de cuánto hay que repartir.

Y es que, tras cruzar el umbral de la hoy Unión Europea, empezaron a llegar las primeras ayudas agrarias, pero también indicaciones precisas de que había que dar un valor añadido a las producciones agrícolas para hacer frente a la apertura de los mercados. Andalucía contaba con una buena materia prima, la tierra, y numerosa mano de obra, pero que adolecía de cualificación y profesionalización.

Con la vista puesta en las primeras subvenciones que se anunciaban desde Bruselas, la mentalidad de buena parte del sector empezó a cambiar. Se partía de una situación de clara desventaja respecto a otras regiones agrícolas españolas y europeas, con las que había que empezar a competir.

Las subvenciones abrieron el camino hacia la transformación de la industria agraria y de los canales de comercialización. Surgió la necesidad de diversificar las producciones, de apostar por la innovación, pero también de abrir nuevos mercados de cultivos, aventura que, con mayor o menor éxito, ha conferido un plus de calidad a la agricultura andaluza, en la que el olivar sigue siendo el rey.

Las reformas más importantes que trajo consigo la Política Agraria Común (PAC) empezaron en 1992 y se intensificaron en 2003, cuando se eliminó el vínculo entre subvenciones y producción.

Treinta años después, Andalucía ha conseguido dejar atrás la etiqueta de economía subdesarrollada, gracias, en gran parte, a los cerca de 80.000 millones que ha recibido de los distintos Marcos Comunitarios de Apoyo, de los que unos 40.000 provienen de la Política de Cohesión y alrededor de 39.000 de la PAC.

Un buen año, pese a todo | El sector agrario en la provincia cerró 2013 con una producción de 498 millones de euros, lo que a juicio de la organización Asaja Málaga supone que el campo andaluz se está perfilando como «un sector de referencia, que genera empleo y riqueza, innova, se promociona, explora y se profesionaliza cada día más».

Y todo ello a pesar de que la producción cayó un 4% respecto al año anterior debido a la propia vecería del olivar, que carga en años alternos, y que facturó 123 millones de euros, un 33% menos que en 2012, año en el que se registró una cosecha récord. El incremento del resto de producciones fue de un 8%.

Las 10.000 hectáreas de cítricos que hay en la provincia, que en su mayoría se concentran en el Valle del Guadalhroce, facturaron 44 millones de euros, todo un triunfo si tenemos en cuenta el todavía estado obsoleto de las canalizaciones y los problemas de riego a los que se enfrentan los citricultores malagueños. El tomate dejó 41 millones y la patata 19. Desigual comportamiento tuvieron los cultivos hortícolas, que facturaron 171 millones, gracias al tirón del ajo, la cebolla, el melón y la sandía.

La castaña, que registró uno de sus mejores años, creció en 2012 un 364%, con una facturación de 9,5 millones, lo que benefició enormemente a la población rural de la Serranía de Ronda.

Asaja Málaga apunta que estos datos confirman que el sector está siendo capaz de sacar músculo y explorar nuevos mercados. Le faltaba ser capaz de vender sus productos y saber colocarlos de manera estratégica en el mercado, asignatura que comienza a aprobarse y con nota.

La mayoría de los agricultores ya hablan de importación y exportación con soltura, de mercados emergentes, de desarrollo, promoción e iniciativas empresariales. El sector ha aumentado un 50% sus exportaciones en los últimos cinco años. Con todo, insiste la organización agraria, queda un largo camino por recorrer.

Nuevo reparto de ayudas | Que la transformación del sector agrario andaluz ha jugado un papel fundamental en la dinamización del medio rural no se cuestiona. Otra cosa es el destino de las ayudas procedentes de la PAC, cuya finalidad originaria es proteger y evitar la desertización del campo. Su vinculación a la extensión de las tierras y no tanto a la producción, ha dejado por el camino a infinidad de pequeñas explotaciones agrícolas familiares que no resistieron el envite europeo, por cuanto el principio de reparto prima a quien más tierras posee, más allá de que estén semiabandonadas.

Encima, ahora, el nuevo reparto de los fondos de la PAC para el periodo 2015-2020 ha despertado los fantasmas de agravios del pasado con el campo andaluz. Y es que, pese a concentrar más del 25% del PIB agrario nacional, Andalucía, que hasta ahora recibía casi 2.000 millones de euros anuales, perderá unos 418 millones, por lo que toca afinar aún más.

En plena campaña para la tramitación de las nuevas ayudas, Asaja insisten en que 2014 es un año definitivo, ya que será cuando se decida cómo quedan las ayudas que los agricultores recibirán de Bruselas en los próximos años.

Málaga viene recibiendo unos 90 millones de euros, cifra que la organización agraria espera que se mantenga ya que, en la actualidad, estos ingresos representan hasta un 40% de la renta del agricultor.

Este trabajador quiere vivir del valor de su producto y no de ayudas, pero la situación actual del mercado, tanto de costes de producción (caso de las tarifas eléctricas específicas para regadíos) como de los precios de venta por la presión de intermediarios, hacen que esos ingresos se tercien imprescindibles para mantener la actividad y generar riqueza y empleo en las zonas rurales.