El fracaso escolar no es incompatible con la felicidad. Al menos, entre los andaluces que van a clase y tienen menos de 15 años, que son, junto a los extremeños, los estudiantes de España que más satisfechos se sienten respecto a sus vidas. Y, eso a pesar del bajo rendimiento académico, computado por la misma instancia, la OCDE, encargada de elaborar el conocido -y a menudo satanizado- informe PISA.

La encuesta sobre el bienestar de los jóvenes, publicada ayer y de manera simultánea en 35 países, da alas en sus resultados a las contradicciones que alimentan desde hace años el debate educativo. Andalucía y Extremadura, las comunidades más castigadas sistemáticamente por las evaluaciones, son al mismo tiempo las que transmiten mayor grado de bienestar en la percepción de los alumnos. Y con una puntuación, 7,58 sobre 10, superior, incluso, a la de territorios con rentas familiares más altas como el País Vasco, que ocupa el tercer lugar en esta escala -Madrid, con un 7,16, es la última-.

El trabajo, que en España se basa en la opinión de 37.000 alumnos, da muchas pistas jugosas sobre cómo se ven a sí mismos los escolares y su relación con la calidad de vida, que en la región es más que positiva. Hasta el punto de que el 35,8 por ciento de los estudiantes no tiene reparos en calificar su felicidad con 9 y 10 puntos. Menos entusiasmo y, sobre todo, consenso, se infiere de las preguntas que tienen que ver con otro orden de expectativas. Especialmente, en lo que se refiere a la posibilidad de prolongar los estudios hasta la obtención de la titulación universitaria, una posibilidad en la que sólo confían el 43,4 por ciento de los consultados, la cuota más baja del país junto a la de Canarias, ambas comunidades de poderosa influencia hostelera y turística.

La visión de los estudiantes andaluces coincide, sin embargo, con la media española en otras variables. Aquí también los alumnos son más felices que las alumnas, si bien con un matiz comparativo importante: en ninguna otra región las jóvenes menores de 15 años sitúan su nivel de satisfacción personal en una puntuación tan alta -superior al notable-. En cuanto a los inmigrantes, la calificación está ligeramente por debajo de la de los que tienen origen español, si bien la percepción se equilibra entre los que acumulan una o más generaciones de permanencia en España.

La felicidad, en el caso, de los andaluces es indestructible, o como mínimo a prueba de reveses académicos, circunstancia que se demuestra en el hecho, también aquilatado por el trabajo, de que los escolares que peores notas sacan en matemáticas y en lengua se sienten generalmente más contentos que los que destacan en ambas disciplinas. Un dato que se compensa en el otro extremo, el alentador, por la pasión que exhiben los más aplicados, los que dedican al estudio más de 60 horas a la semana, que puntúan su calidad de vida por encima de los demás.

Otros factores para engrosar el apartado positivo son el deporte y el de la facilidad para hacer amigos, muy relacionados según la mayoría de los psicólogos con el bienestar, y en los que resaltan igualmente las puntuaciones de Andalucía. El informe de la OCDE se detiene asimismo en el acoso escolar, que, aunque existente, y, por tanto, preocupante, es más bajo en la región y en el conjunto del país que en Europa. Eso sí, con muchos aspectos locales a mejorar en la resolución de conflictos. De hecho, en la comunidad es donde más alumnos afirman haber sido empujados y golpeados por parte de otros alumnos.

Las cuentas pendientes de los adolescentes malagueños y del resto de la región también apuntan a los hábitos alimenticios. De hecho, los andaluces figuran en segunda posición en cuanto a la proporción de estudiantes que acuden a clase sin haber tomado siquiera el desayuno.

Mención aparte merece, por lo que supone de riesgo potencial y de ruptura, el vínculo con la tecnología, que es a todas luces excesivo. Fundamentalmente por el uso que se le da fuera del horario lectivo, casi siempre asociado a las redes sociales. En este punto no se aprecian grandes diferencias; los alumnos andaluces, al igual que los demás, pasan demasiado tiempo pendientes de sus dispositivos, con una media de más de cinco horas diarias, sin contar las actividades incluidas en el programa lectivo. Más de un sesenta por ciento de los escolares declara además sentirse «realmente mal» cuando no puede conectarse. Sin duda, un dato, como el resto, muy a tener en cuenta para el futuro.