Nueve de la mañana en una pequeña finca agrícola, tan minúscula a vista de pájaro como dictan sus 40 metros cuadrados. José Ortega, no obstante, dice que no necesita más superficie. Su situación laboral ha dejado de ser solvente. Dijo adiós a su empleo en la construcción y ahora engrosa las listas del paro. Lo de hacer equilibrios para llegar al último día del mes junto a su mujer y tres hijos pequeños es un auténtico reto. Pero al menos en el autoconsumo hortofrutícola acaba de descubrir una «fórmula ideal» para cubrir buena parte de su cesta de la compra.

Lo de los pequeños huertos familiares en la Axarquía va camino de convertirse en un fenómeno de masas. Al más puro estilo inglés, a Ortega le gustaría que toda la ciudadanía conociera las ventajas de «comer lo que uno cultiva, con el sabor que la fruta tenía antes, sin química ni pesticidas». Tiene ahora 46 años, pero invita en especial a personas que están próximas a la edad de jubilación y que disponen también de tiempo libre.

En esa situación cultiva otro pequeño huerto, de 50 metros, por el que paga apenas 20 euros mensuales, la residente inglesa Hilary Walder. A sus 60 años y con siete de convivencia en España, explica que las hortalizas que obtiene junto a marido «no tienen nada que ver con las de la tienda». Apio, fresas, tomates, espinacas, frambuesas o judías salen de su reducido terreno. «Es una idea excelente. Con este clima que tenemos en Vélez Málaga lo normal es que todo el mundo se plantee lo bueno de tener un huerto propio».

Justo a mitad de camino entre los términos municipales de Algarrobo y Torrox, Antonio González nos recibe inmerso en las tareas de abonar el terreno para afrontar la primavera con «ilusión». Sabe que no van a faltarle en su mesa tomates o pimientos de extraordinaria calidad, como argumenta. Con 61 años, atrás queda su periodo laboral como encofrador. «De todas formas aquí no hay que echarle mucho tiempo. Siempre tienes un rato en la semana para venirte y mirar si hay alguna hierba y para regar. Son pocos metros y esto está arreglado en un rato», explica.

Un fin más social que lucrativo. Una docena de familias comparte con él una finca agrícola que el propietario del terreno ha decidido ceder a un precio mínimo y que incluso se llega a renegociar ante cualquier situación adversa. «Si te quedas en paro se lo dices al dueño y te deja que en vez de pagar le hagas alguna tarea. El fin es más social que lucrativo», señala otro de los campesinos ocasionales que se han dado cita esta mañana en la parcela.

Hay quien tiene más familia y no ve suficiente un huerto de 50 metros cuadrados. Enrique Ruiz, montador de imágenes de diseño en los más modernos establecimientos de la Costa del Sol, optó por reservar dos de estos huertos. «La idea fue de mi padre, Antonio, que tiene más tiempo libre que yo, a sus 76 años, y puede ayudarme». Juntos acondicionan su espacio agrícola en Mezquitilla, donde preven recolectar lechugas, fresas, berenjenas o pimientos verdes, «y también de los otros gordos, para asarlos». Han instalado el riego por goteo, que incluso permite la mecanización de una de las actividades básicas. «Aquí todo va natural, un puñado de estiércol y a plantarlos».

La mayoría de estas familias insisten en que cualquiera que tenga o no apuros para completar el mes debe probar esta experiencia. No es sólo lo que cuesta la fruta en el mercado, «sino la calidad de lo que te llevas a la boca». Subrayan que en otros países europeos hay una mayor concienciación sobre la necesidad de consumir productos ecológicos y libres de pesticidas. «El que pruebe esto repite», concluye el veleño José González, uno de los impulsores de estas iniciativas.