La llegada de agosto hace que la comarca de la Axarquía, o al menos las zonas de ésta que están dedicadas al cultivo de la vid, dé un salto en el tiempo y regrese decenas o cientos de años al pasado, ofreciendo estampas ya perdidas en la mayor parte de los territorios vitivinícolas de España, pero que en los montes de Almáchar, Cútar o El Borge perviven, ajenas al paso de los años, gracias a la particular orografía de estas tierras.

Y es que buena parte de los viñedos de esta comarca (que concentra el 65% de las 3.000 hectáreas de vid de la provincia de Málaga) está situada en pendientes con una media de entre el 40 y el 60%, lo que hace imposible que ninguna máquina pueda acceder a ellos para transportar la uva desde el campo hasta el lagar. Por ello, aún hoy, en plena era de la tecnología y la mecanización, se hace imprescindible para el viticultor la ayuda del mulo, un compañero que, hasta no hace demasiado, era poco menos que imprescindible para cualquier persona que viviera del campo, pero que como tantas cosas de nuestro pasado, ha ido quedando relegado al olvido a medida que la agricultura se modernizaba.

Como cada año desde que tiene uso de razón, cuando el verano alcanza su cénit, Juan Ríos saca cada mañana a sus bestias para iniciar, en las laderas que rodean El Borge, la labor diaria. Un continuo ir y venir, loma arriba y loma abajo, siempre acompañado del animal, culminará con la recogida a mano y el transporte, en pequeñas cajas, de un buen número de kilos de uva, que pronto se convertirán en uno de los apreciados vinos de esta zona.

«Sin la ayuda de la bestia esto sería imposible», afirma este viticultor, que recuerda que la vendimia «siempre se ha hecho aquí de esta manera, no hay mecanización ninguna, pues aquí no puede entrar ningún tractor y la bestia es la única ayuda que tenemos», y subraya la «dureza» de esta labor, al tiempo que recuerda que aún quedan algunos lugares «en los que ni siquiera la bestia puede entrar, y allí hay que hacerlo a brazo».

Además del traslado de las uvas con la ayuda de mulos, otra de las particularidades que hace única a la vendimia en esta zona de Málaga es que es una de las más tempranas del continente, aunque este año ha visto retrasado su inicio hasta ayer, 16 de agosto.

La Axarquía es una de las zonas vinícolas más antiguas del continente, que comenzó a explotarse ya en la época fenicia, cuando se trajeron los primeros viñedos a la zona, y en la actualidad cuenta con algunas cepas centenarias, que ofrecen una uva moscatel que sirve de materia prima para vinos como el seco Botani, uno de los caldos que elaboran la bodegas Jorge Ordóñez, firma radicada en esta comarca que exporta los caldos de Málaga a más de 30 países de Europa, Asia, África y América.

Su directora, Victoria Ordóñez, se refiere a las especiales características de la Axarquía, que dan lugar a unas uvas «excepcionales». Según detalla, la altitud de las zonas de viñedos, situadas en cotas de entre 400 y 900 metros, la pendiente, el ambiente seco y el suelo pizarroso «en el que a veces hay que picar para plantar la viña» dan lugar a una producción muy escasa, de entre 1.000 y 2.000 kilos por hectárea. «Si una cepa nos da un kilo de uva ya nos damos por contentos», asegura Ordóñez, quien indica que, en contrapartida a la escasa producción, las condiciones extremas en que crecen las viñas dan lugar a una uva «muy dulce, con grandes concentraciones de azúcares» y de una excepcional calidad.

Ordóñez rememora los inicios de su empresa en esta zona, en la que la uva moscatel «siempre se ha dedicado a la pasa» y en la que, al principio, los agricultores eran reacios a entregar estas uvas excepcionales para que fueran pisadas. «Ellos decían que sus uvas eran demasiado buenas para pisarlas», recuerda la responsable de la bodega. Poco a poco, los productores fueron aceptando entregar sus uvas para elaborar vino y hoy ya hay medio centenar de viticultores que aportan el fruto de sus vides para fabricar caldos.

Unos vinos hoy, gracias a los modernos medios de transporte y a las nuevas tecnologías, viajan por medio mundo, pero cuyo origen sigue estando en el humilde y sacrificado trabajo conjunto del hombre y el animal, del viticultor y el mulo, un binomio que en el corazón de la Axarquía el progreso aún no ha logrado romper.