Plantan cara a las palomas y no escatiman en gastos para vencer en esta auténtica batalla pública. Rincón de la Victoria capea de la mejor forma que puede esta singular lacra, la que constituyen unos «animales que no aportan ni un solo beneficio» y que son conocidas como «ratas voladoras». Lo especifica Sergio Díaz, concejal de Medio Ambiente y portavoz del gobierno del PP en este tema, un asunto que casi es de estado.

Las cifras hablan por sí mismas. De enero a junio se interceptaron hasta 126 palomas y 11 tórtolas. El número de las primeras se ha incrementado después hasta elevarse a 214, incluidos los meses de julio a octubre -hasta 37 se consiguieron enjaular en ese último mes contabilizado-. En esta guerra participa un empleado municipal casi dedicado en exclusividad a controlar unas jaulas que pueden llegar a costar, por unidad, más de 200 euros. Pero, lo que se convierte en anecdótico, hasta se utiliza en calidad de refuerzo suplementario, es un «halcón eléctrico».

No se trata de un aparato teledirigido con forma de «cazador incansable» o «nave milenaria», sino de un artilugio que desde la cúpula del principal edificio del Ayuntamiento emite un sonido bastante parecido al de un halcón real. Intenta asemejar hasta el ruido del acercamiento del ave a la presa. Y de esa forma se intenta limitar el daño que por la corrosión imponen a la cúpula municipal los restos de excrementos.

«No es válido por sí solo. Porque hemos detectado que hay palomas que se han terminado por acostumbrar al ruido, al sonido», relata el edil, mientras señala la parte superior del Consistorio, el espacio localizado junto a las placas solares que alivian la factura municipal energética. «La sirenita resulta bastante llamativa. Las palomas tienen bastante estropeado el Ayuntamiento y mucha gente se pregunta sobre el origen del sonido cuando la escucha, de manera que les explicamos su función».

Otro asunto son las jaulas complementarias para poder localizar e interceptar a los ejemplares que a diario no sólo centran sus vuelos en las inmediaciones del casco histórico. «Tenemos tres puntos fuertes donde ponemos nuestras trampas con comida y caen muchas: el Ayuntamiento, la oficina de turismo y el entorno del barrio de pescadores». Díaz indica que también se ceden a algunas urbanizaciones que las solicitan. En esos casos, a los responsables se les hace firmar un escrito para «garantizar» su cuidado. Cada paloma va luego a un depósito municipal, en el parque Zoosanitario local.