Cervantes y Zambrano comparten algo más que el recuerdo en nuestra memoria, y es que su vinculación con Vélez-Málaga, no se limitó al momento histórico que a cada uno le tocó vivir, sino que su presencia ha perdurado a lo largo de lustros. Los veleños y veleñas se sienten hoy en día honrados y orgullosos por haber contado en su Historia con tan insignes personajes. De tal modo, que como parte de la crónica de la ciudad, aparece el deseo conjunto de mantener presente su recuerdo a través de los diferentes espacios culturales con los que la localidad les rinde un particular homenaje.

Así encontramos la llamada Casa Cervantes, enclavada en pleno centro histórico de Vélez-Málaga, que recibe su nombre del genial escritor, pues según parece, pudo alojarse en ella cuando su empresa como recaudador de impuestos para la Corona lo trajo hasta nuestra localidad. Se trata de una bella casa-palacio del siglo XVI, que combina elementos renacentistas con mudéjares. Su arquitectura es sencilla, con una amplia puerta adintelada realizada en piedra que nos permite el paso al interior del inmueble. Atravesando un amplio zaguán, encontramos un gran patio, de estructura cuadrangular envuelto en cada uno de sus lados por una triple arcada que se sustenta sobre sendas columnas de ladrillo visto.

Allí se localiza la Sala Cervantes, un espacio tan novedoso como excepcional, organizado a modo de centro de interpretación, estableciendo la relación del escritor con el municipio. Su discurso expositivo se articula en base a la imagen del propio Cervantes como recaudador y el descuadre de las cuentas de la localidad, que motivó su presidio en la cárcel de Sevilla, donde comenzaría a gestarse la magna obra de la literatura Universal; por ende lo que algunos autores ha venido a convenir como «la culpa veleña de El Quijote».

Particularmente se presta especial atención a la historia del Capitán Cautivo, que a modo de novela independiente se inserta en el propio Quijote y que menciona expresamente a Vélez-Málaga cuando uno de los acompañantes del protagonista exclama: ¡Gracias sean dadas a Dios, señores, que a tan buena parte nos ha conducido! Porque si yo no me engaño, la tierra que pisamos es la de Vélez-Málaga.

El espacio cuenta con material de diversa índole; bibliográfico, documental, audiovisual, grabados en gran formato, facsímiles de documentos de la época, además de las dos ediciones de la novela ilustradas por autores tan señalados y vinculados a la ciudad como Claudio López, Francisco Hernández y Eugenio Chicano. Asimismo, la Sala posee también una Biblioteca Cervantina con más de 200 volúmenes.

No muy lejos, encontramos el Palacio de los Marqueses de Beniel. Este edificio es una magnífica representación de la arquitectura civil del siglo XVII en nuestra ciudad. Sus dependencias se articulan en torno a un patio central, perimetrado por columnas de mármol que sustentan una arcada realizada en ladrillo visto, destacando su bello artesonado. Esta singular construcción, acoge la sede de la Fundación María Zambrano, donde se conserva el legado de la filósofa, nuestra veleña más universal. Un espacio prácticamente desconocido que es digno de ser admirado por propios y extraños, cargado de significado y contenido.

Y es que, los más tiernos recuerdos de la insigne filósofa hunden profundamente sus raíces en la bella tierra que la vio nacer, porque María, antes de filósofa, de pensadora o poeta, fue niña. Ella que siempre llevó a su patria en el corazón y a Vélez-Málaga en el alma, rindió homenaje a su memoria a través de los sentidos; sabores, olores e imágenes que se mezclan como recuerdos evanescentes de un pasado vivido, cuando aún ni tan siquiera las palabras brotaban de su boca, ni su corazón se hacía eco de la nostalgia de su infancia. A pesar del inexorable transcurrir del tiempo, María, siempre llevó clavadas en su retina la imagen del limonero del huerto de sus padres, porque el sabor de la caña, que nunca dejó de paladear, la acompañó toda su vida y aquellos aromas de niñez viajaron con ella hasta el exilio y más allá, donde lo físico ya no tiene lugar y se convierte en metafísico; una constante en su vida motivada quizás por su no presencia, pues pese a su exilio, ella jamás estuvo ausente.

En su regreso a España, como los caminos del pensamiento son difíciles de trazar y los de la vida aún más, llegando a ser insospechados, vuelve a su ciudad natal, a Vélez-Málaga y no para morir, pues como ella misma decía: «caminaba siempre hacia el alba, no hacia el ocaso», ella siempre humilde, siempre María.

La música

Es curioso que, aún siendo una niña cuando abandona Vélez, tenga en su madurez recuerdos tan vivos de sus limoneros. Y también de las canciones del cantaor Juan Breva, que serían como sus nanas que la habían acunado.

La pintura

«La pintura es una presencia constante, existe para mí, ha existido siempre, como un lugar privilegiado donde detener la mirada».

«Hay que dormirse, arriba en la luz. Hay que estar despierto en la oscuridad intraterrestre...»

«Pues gracias a la luz, ser y pintura se desvelan unidos a la pregunta...»

Delirio del incrédulo

Bajo la flor, la rama; sobre la flor, la estrella; bajo la estrella, el viento. ¿Y más allá? Más allá, ¿no recuerdas? , sólo la nada. La nada, óyelo bien, mi alma: duérmete, aduérmete en la nada. [Si pudiera, pero hundirme... ] Ceniza de aquel fuego, oquedad, agua espesa y amarga: el llanto hecho sudor; la sangre que, en su huida, se lleva la palabra. Y la carga vacía de un corazón sin marcha. ¿De verdad es que no hay nada? Hay la nada