El lado humano del fútbol base, el de la deportividad en su versión más absoluta, se mostró el pasado domingo en el campo de Sant Gregori A de Torrent, en Valencia. Allí jugaban los prebenjamines del Torrent D, colista del grupo, y el Silla C, el líder, y el tiempo se paró un momento. Dos jugadores del Silla, el capitán y un compañero, se olvidaron del juego para atender a un jugador rival, hasta que el árbitro advirtió la lesión y paró el encuentro.

Pese a que el balón seguía en juego, ya que el colegiado seguía una acción en la otra parte del campo, los dos no dudaron en preocuparse por el estado del futbolista contrario. Se agacharon y le consolaron, dejando a un lado el desarrollo de la jugada. El público, formado en su mayoría por los padres de los jugadores de ambos equipos, se unieron en una fuerte ovación. Los valores de la deportividad triunfaron esta vez por encima de la competencia y de la ambición por la victoria.

Acostumbrados a ver cómo muchos padres presionan a sus hijos, gritan al árbitro y viven los partidos de fútbol base como si les fuera la vida en ello, la imagen del domingo en Torrent nos enseña que el fútbol es un juego por encima de todo. Y nos recuerda que los niños son niños antes que futbolistas.

El aplauso no es sólo para los chavales. Es también para el entrenador y los responsables del Silla. Porque es evidente que saben educar a sus jugadores, a los que enseñan cuál es el camino correcto de la vida más allá de ganar o perder. El resultado (2-5 a favor del Silla) es lo de menos.