La palabra hermano, coloquialmente se puede usar para nombrar a un amigo, a alguien muy cercano, o algún conocido, aunque no exista ese parentesco sanguíneo que es el que realmente te hace ser hermano de alguien.

A veces hay personas que llegan a tu vida, que no nacieron ni de tu madre ni de tu padre, pero darían la vida por ti, te demuestran mucho más que si fuese tu propio hermano y entonces sí cobra sentido. Yo por mis hermanos daría la vida y sé que ellos la darían por mí, eso es lo que hace que esta palabra sea tan preciada.

Mi hermano este año canta con una murga. Desde el año ochenta y cuatro que por primera vez cantamos juntos en una agrupación infantil, solo en una ocasión no he coincidido en la tablas junto a él, ésta es la segunda. El destino quiso que nos hiciéramos comparsitas, pues mi familia, que allá por el año ochenta y tres decidiera de empezar esta locura llamada carnaval como una murga, cambiara de modalidad. Y aunque fuimos componentes de grupos de desfile, cuartetos y coros, la comparsa caló tan hondo en nosotros que jamás pensé que volvería a verte en un escenario sin estar a tu lado y haciendo reír.

Aún recuerdo esa tarde en la que me llamaste y me dijiste que Pariente te había llamado para que salieras con él en su murga. Casi pidiéndome permiso y con la voz entrecortada e indeciso, me lo soltaste -«hermano me han llamado esta gente y no sé qué hacer. ¿Tú como lo ves? ¿Salgo, o no?-. Y como si de una premonición se tratase, el tipo de este año refleja mucho de aquella llamada.

Ay, hermano, verte encima del escenario con la murga de Pariente, cantando tan bien como siempre y verte tan feliz, me hace sentirme tan orgulloso de ti que solo puedo darte las gracias. Gracias por cuidarme, por estar a mi lado, por acudir siempre que he tenido un problema, por llamarme aquel día para contármelo, por hacerme de reír tantísimo anoche. Gracias por hacer carnaval, por seguir que este veneno siga en la familia. Pero sobre todo gracias por ser mi hermano.