Un año entero recordando coplas de febrero, escuchando cd y viendo actuaciones pasadas en YouTube. Un año entero viendo corrupción política, machismo, feminismo y una amalgama de noticias que no deja indiferente a nadie, incluso de cómo los catalanes quieren independizarse de España y, como España les dice que no a golpe de policía, cárcel y 155. Años tragando que los del norte insulten a los del sur diciéndonos que somos unos incultos, unos vagos y que vivimos a costa del trabajo y el esfuerzo de ellos.

Que solo nos gusta la farándula, el cachondeo y que somos la prueba viva de que vivimos en un país de pandereta, del cual el andaluz es su máximo exponente. Como si esto nos molestara. Nada más lejos de la realidad. El andaluz vive en un carnaval perpetuo. En una riña constante entre reírse por no llorar y dibujarse una lágrima con dos coloretes en la cara para no llorar de verdad. «Quien canta su mal espanta» y eso el andaluz lo hace de maravilla. Acostumbrado a recibir insultos, a que nos tomen por maleantes, juerguistas y analfabetos.

El arma

Acostumbrados a recibir las migajas de una España en pie de guerra y de una Junta de Andalucía sostenida por un partido de derechas, que está más pendiente de sus causas en los juzgados que de un pueblo oprimido por el paro, la desigualdad y la poca esperanza que nos queda. El andaluz utiliza su arma más fuerte, la risa, el cante y la guitarra. Se lo echa a la espalda en febrero, y utiliza el carnaval para desperezarse de su letargo, se reinventa, compone coplas que le salen de su alma herida, se disfraza, canta, baila y hasta se ríe de sí mismo. Pero cuidado, no te rías de ellos, no parodies sus vergüenzas, no te mofes ni le cantes a sus penas.

Si cantas o parodias riéndote de ti mismo, ellos se ríen a tu par, te aplauden a manos llenas diciendo que somos únicos y que tenemos un ingenio brutal, que les encanta Andalucía y su forma de vivir la vida, pero si le cantas destapando sus torpezas, sus cicatrices o sus inquietudes, ya no les hace tanta gracia, vuelven a los «topicazos» de que somos unos analfabetos, vagos y que vivimos a costa de la gracia divina del norte. Esta España fragmentada en culturas distintas y en una desigualdad perpetua hace que el carnaval se nutra de esas constantes vitales y aunque a veces cruce la línea de herir sentimientos y alguna vez hasta del mal gusto, sirve de disfraz, cante, crítica e incluso de parodia a lo que creas oportuno.

Aunque te enfrentes por ello a la lengua más mordaz, la del propio carnavalero, que quizás sea el que más fina tenga la piel y no concibe que se le critiquen sus hazañas dentro de la fiesta. Una fiesta que es tuya, mía, y de todo aquel que la acoja en su corazón, porque no tiene dueño, porque no tiene barreras, porque ella no entiende de que le gustes o no, no concibe que tengas la piel muy fina, porque ella es la fiesta de la libertad.