Se abre el telón, la suerte ya está echada. Llega el momento de presentar tu agrupación y en ese instante deja de ser tuya para pasar a ser del espectador que está sentado en la butaca. El público está dispuesto a que lo deleites y a que lo sorprendas con tu actuación.

La sensación que dejes te martillea la cabeza porque sin el oyente no tendría sentido escribir y cantar un repertorio. Las ganas que tienes de que le guste tanto como a ti no te deja pensar que puede suceder que el que lo escucha no tenga la misma percepción y tu obra no sea de su agrado.

Tu repertorio sigue siendo tuyo pero en el mismo momento que lo cantas pasa a ser del pueblo. Ya estás expuesto a la crítica, a la sinrazón del me gusta o no me gusta. Si generalmente la crítica es buena, te vienes arriba pero vas buscando ese reducto que queda al que no le pareció tan redonda tu obra y te parece patético tachándolo de no entender de carnaval. Pero como la crítica sea mala ya entonces montas en cólera y no dejas títere con cabeza soltando por tu boca toda tu ira y tu rabia sin entender que alguien pueda tener un gusto distinto al tuyo y no vea lo perfecta que es tu obra. Es entendible que tanto para el autor como para el actor su obra sea mejor que esa paparruchá que llaman Hamlet. Es tu creación, es tu hijo pequeño el cual llevas mimando durante meses y no vas a consentir que digan que tiene defectos, ya que para ti es el más guapo del mundo aunque sea feo de cojones. Cuando pierdas la razón por no aguantar las críticas, piensa que tú haces lo mismo con todo aquel que se te pone por delante, con todo aquel que escribe o actúa en carnaval con el cual no tienes afinidad o incluso si eres su amigo. No intentes convencerle a golpe de lengua de que lo tuyo es lo mejor, que la crítica te sirva para mejorar año tras año y piensa que no sólo tú eres entendido de carnaval.