No nos engañemos. Esto es el gusto de cinco personas. Todo aquello que este lejos de ese palco de jurado es una nube de humo. Son simplemente ilusiones y esperanzas como cuando compras lotería y antes de que te toque ya tienes repartido el dinero del premio. Por muchas vueltas que le demos y por muchas conjeturas que se hagan durante todos los días de concurso, ellos son los que tienen la última palabra y de su voto depende qué tipo de final tendremos. Nunca llueve a gusto de todos. Nunca se acierta, siempre hay grupos que salen mal parados y carnavaleros que están totalmente en descuerdo con el fallo. Esto está tan ligado al concurso como las coplas que se cantan.

Yo aún estoy totalmente descolocada. Ha sido un concurso duro con muchos comentarios negativos en torno a él y polémicas que han tratado de ensuciarlo. El COAC malagueño es un espectáculo maravilloso que llena cada año las tablas de dos de nuestros teatros de obras de arte. Yo soy una enamorada de este concurso. Pero hay años mejores y años peores. Me cuesta definir el de este 2018, a falta claro de la Gran Final. El jurado de murgas creo que ha visto otro concurso diferente al que yo he vivido. Está claro que el tipo de humor que a sus cinco integrantes les gusta difiere mucho de una clara mayoría. El escatológico les ha conquistado para sorpresa de todos. En mi humilde opinión, dejar fuera al Susi y al Chino ha sido un auténtico cajonazo, un desacierto lo mire por donde lo mire. Y no me dejo llevar ni por fanatismo, ni por apellidos ni por lazos familiares.

En comparsas he coincidido en su veredicto. Pero lo que se ha hecho con la murga malagueña no tiene nombre. Al igual que dejar fuera a los dos coros, el de Valdés debería haber estado en la finalísima. En la lucha por revivir la categoría, esto no es un movimiento acertado.

Sí a todo esto le unimos la falta de coplas a Málaga, de críticas sociales y políticas locales, en mi cabeza sólo tengo un titular antes de sentarme a disfrutar como una niña pequeña de la Gran Final: qué penita de concurso.