«Cuando uno ve un cielo estrellado, normalmente se queda hecho un lío con tantas estrellas. La gente dice: esto será precioso, pero dónde está el carro, el león, el escorpión, la señora guapa que se mira en el espejo, dónde está todo eso que dicen los libros y los astrónomos», cuenta Francisco Gálvez, astrónomo del Planetario de Benalmádena. Sin embargo, para conocer el cielo sólo hacen falta dos cosas: un poco de paciencia y una pizca de imaginación, que, a buen seguro, permitirán al profano disfrutar de una estrella fugaz, de las lunas de Júpiter o de los discos de Saturno.

A 800 metros de altura sobre el nivel del mar, en la cima del Monte Calamorro, se observan dos mundos diferentes. Mirando en línea recta, allá donde el azul del mar se confunde con el cielo, se vislumbra toda la Costa del Sol de noche, Sierra Nevada, Gibraltar y hasta la costa de África. Al norte, donde moran las estrellas, hay un universo misterioso por descubrir. Gálvez, experto de Aula del Cielo, la organizadora de estas sesiones, es el encargado de revelar los secretos del cosmos al visitante.

En el cielo se pueden hacer miles y miles de figuras. Cada cultura, pueblo o tribu tiene su propio conjunto de imágenes y pintan en el cielo aquello que conocen o que les llama la atención: sus dioses, herramientas, animales, etc. Por eso, los astrónomos, para poder comunicarse entre ellos, han identificado 88 figuras oficiales, que son las constelaciones.

Una de las figuras que se ven con mayor claridad en el cielo es «El Carro», formado por cuatro estrellas. Hasta en las noches con más calor, humedad y con luna, tres elementos que quitan claridad a la hora de ver las estrellas, se observa perfectamente.

«En cada época del año se ven unas estrellas y unas constelaciones diferentes debido a que la Tierra da una vuelta sobre sí misma cada 23 horas y 56 minutos, y esos cuatro minutos se van sumando y las estrellas se van moviendo», explica el astrónomo, que asegura que el invierno es la mejor época del año para contemplar a estos cuerpos celestes.

La posición de las estrellas en el cielo cambia con el tiempo, aunque da la sensación de que somos nosotros los que estamos quietos y es el cielo el que da vueltas, detalla el experto. Por ejemplo, a lo largo de la noche, el carro va cambiando de lugar en el cielo. Dentro de seis horas o tres días, el carro estará en un sitio totalmente distinto.

En cambio, la estrella polar, la más importante, siempre está en el mismo sitio. «Sirve para hacer líneas rectas y está siempre como referencia para localizar a las otras estrellas. También nos sirve para orientarnos y señala el norte mejor que una brújula», precisa Gálvez. ¿Por qué? Porque resulta que el eje de rotación de la Tierra coincide con la polar. Además de ilustrar a su público con sus conocimientos, este experto también aprovecha el velo nocturno para desmontar algunos mitos. Por ejemplo, muchos de nosotros no pertenecemos al signo del zodíaco que siempre hemos creído. Y es que cuando uno nace, el sol está en una constelación concreta, si uno nace cuando el sol está en Aries, pues le toca esa constelación. Pero esas fechas se pusieron hace 2.000 años y han variado debido a que el eje de rotación de la Tierra hace un giro cada 26.000 años.

Una vez que anochece, el público tiene la oportunidad de observar con telescopios de gran potencia las estrellas. Las noches de luna llena, cada visitante puede ver las lisas y redondas manchas –llamadas mares–, los cráteres de las zonas blancas con sus montañas, fruto del impacto de meteoros, de pequeños mundos y de otros cuerpos.