No será el caso de la mayoría de ustedes, pero seguro que conocen a alguien que conoce a alguien más o menos cercano que tiene un hijo con alguna discapacidad psíquica. Si conocen el tema de cerca, sabrán de lo especial de su educación. De las horas que hay que echar con logopedas, fisioterapeutas o psicólogos; de los kilos y kilos de paciencia ante el desánimo de avanzar a pasito muy corto; del desgaste físico y anímico que ello conlleva.

De algo de todo eso sabe Ascen Domínguez, madre de Daniela, una niña torremolinense de dos años con Síndrome de Down y que desde que nació tuvo que hacer frente unas complicaciones cardíacas que condicionaron mucho sus primeros meses de vida. Condicionaron porque, por suerte, hoy Daniela crece felizmente junto a Ascen, su padre y su hermana mayor, de diecisiete años, con los condicionantes de su dolencia.

Pero Ascen, lejos de compadecerse, decidió coger el toro por los cuernos y hoy dice que su «princesa» es lo mejor que le ha pasado en su vida junto a su otra hija.

No levanta apenas medio metro del suelo, pero su energía y alegría se contagian a través de esos preciosos ojos azules. Sus dos largas coletas rubias se mueven al vaivén de su movimiento al caminar, «todo un logro para los que son como ella», dice Ascen, y es que para los down los primeros pasos suelen llegar mucho más adelante.

Eso no es por azar. Desde que tenía dos meses, Ascen llevó a su hija a Fuensocial, una asociación que trabaja con niños discapacitados desde 1982 para despertar y tratar de aminorar las dificultades que plantean sus enfermedades. Y ello, a la vista está, le está ayudando mucho a ambas.

«Vengo dos veces a la semana y una a Fuengirola para hacer ejercicios en una piscina. Son fantásticos. Daniela ha mejorado una barbaridad gracias a ellos», explica.

Pero en Fuensocial tienen un problema. A la ya residencia de reposo de adultos con problemas psíquicos, quieren añadir, ahora, una para chavales que tienen entre cero y dieciséis años. No piden fondos, ni créditos, ni mano de obra tan siquiera. Dicha instalación ya está hecha. Tan sólo piden que les dejen abrirla y puedan ofrecer un servicio, que Ascen califica de esencial para muchas familias.

«Aún no me hizo falta, gracias a Dios. Pero tengo a mi madre muy mayor y que necesita que la ayuden para todo. Si algún día ocurre algo, necesito un sitio donde sepa que mi hija va a estar bien y, sobre todo, que conozcan sus necesidades. Ese centro ya hace falta», revindica.

Con más fuerza, si cabe, lo hace Cristina Casas, una joven madre soltera a quien la vida le ha dejado a David y Michael, de cuatro años de edad mellizos entre sí y con un desconocido, aún, trastorno del lenguaje. Los profesionales de Fuensocial, que los tratan desde hace unos años, creen que tienen autismo, pero aún es pronto para diagnosticarlo.

La madre de Cristina es su gran apoyo cuando ella tiene que trabajar o salir a cualquier recado aunque a veces se ve sola con dos chavales con unas particularidades que pueden resultar agotadores.

«Son niños que cualquier cambio lo sufren mucho. Les cuesta prestar atención y expresarse. Se autoagreden, se tiran al suelo, patalean... En algún momento, especialmente durante las vacaciones del colegio, he necesitado de algún sitio donde dejarlos porque, además, no puedo dejar de trabajar», concluye.

Tampoco puede tenerlos en una actividad extraescolar porque, simplemente, no participan de ella. Por esto, ella es una de tantas que piden que se abra esta residencia de reposo ya.

Tan sólo el esfuerzo de crear una nueva legislación es lo que necesitan en Fuensocial para ello.