El empresario libanés Raymond Nakachian murió a las 4.00 horas de la madrugada de ayer a los 82 años en su mansión de Estepona, confirmaron fuentes cercanas a la familia. Una enfermedad ha acabado en cuatro meses con la vida de uno de los habituales de los saraos marbellíes de los noventa cuya fama se multiplicó durante el secuestro de once días de su hija Melodie, que sólo tenía cinco años en 1987, y que acabó con un asalto de los GEO a un bloque de apartamentos de Torreguadiaro, en San Roque.

El también intermediario financiero falleció tras una fulminante enfermedad que le ha segado la vida rápidamente. Su hija Melodie, como el resto de la familia, estaba en España, pese a que reside habitualmente en el extranjero, a la espera del fatal desenlace. «Ha muerto rodeado de los suyos», precisaron las fuentes. El funeral se celebrará en el cementerio de Estepona el próximo jueves, a las cinco de la tarde. Luego, el cadáver de Nakachian será incinerado en la más estricta intimidad.

España se volcó entre el 9 y el 20 de noviembre de 1987 con el empresario libanés y con su mujer, la cantante de ópera y princesa coreana Kimera, cuando la hija del matrimonio fue secuestrada a punta de fusil en el momento en el que su hermano la llevaba al exclusivo colegio Aloha de Marbella. En el periodo de reclusión de la menor, hoy una mujer de 32 años, los secuestradores, una banda hispano-francesa liderada por el violento y camaleónico Jean Louis Camerini, llegaron a pedirle a los Nakachian hasta 1.500 millones de pesetas.

Una tensa negociación permitió rebajar esa cifra, aunque los consejos de la policía lograron que el episodio se solventara con éxito, pues el hallazgo de una cartera negra en Torremolinos provocó que todas las piezas encajaran y se llegó hasta los captores, que fueron detenidos en la espectacular operación de Torreguadiaro.

Nakachian, en una entrevista concedida a La Opinión de Málaga en noviembre de 2012La Opinión de Málaga para repasar los 25 años del secuestro más mediático de la historia criminal española, aseguraba: «Lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer. Es imposible olvidar los detalles de semejante trauma». Raymond Nakachian, un hombre de gran afabilidad y un empresario e intermediario que recorrió medio mundo y conocía al otro medio, insistía en que muchos periodistas llamaban para preguntar por su hija y que los seguían parando en la calle para interesarse por ellos. Jamás perdonó. «Kimera sí los perdonó en su día, pero yo no», precisó. Posiblemente, fue la última entrevista que concedió.

Reconoció en esa entrevista que había perdido la cabeza cuando conoció la noticia de boca de su hijo. «Le dije que debió morir por la niña, y en ese momento dejó de quererme. Aquello me costó que se fuera a Holanda y estar 20 años sin verlo. Ahora sí somos amigos», relató.

También recordó con minuciosidad las tensas madrugadas de espera, la presión mediática y los consejos policiales. «Yo quise pagar, pero no me dejaron. La policía me advertía de que si lo hacía terminarían matándola porque Melodie era una niña muy inteligente, y los secuestradores sabían que podía reconocerlos. Me insistían en que siguiera regateando, que les diera más tiempo a los investigadores, que de lo contrario sólo había un 5% de posibilidades de recuperarla», precisó.

Pero Nakachian no sólo fue un padre atribulado, carcomido por el dolor en aquel vertiginoso noviembre del 87, sino que en los años 80 y 90, cuando Marbella rumiaba aún su decadencia y Jesús Gil empezaba a aunar glamour y ladrillos, se convirtió en un imprescindible de los saraos y cualquier tipo de evento, esas fiestas interminables de una ciudad que trataba de volver a ser lo que ya fue pese a Espartaco Santoni, Rappel y otros. No en vano, el también presidente del Atlético de Madrid era un gran amigo del libanés, pero nunca hicieron negocios.

Intermediario de lujo, discreto, conocía gente en muchos países y era un asiduo viajero de negocios. Durante años se especuló con la colaboración que mantenía con el Ministerio del Interior, algo que él achacaba a las sólidas amistades que hizo con los policías que resolvieron el cautiverio de su hija. Pese a todo, jamás perdió la sonrisa, atendió a la prensa con amabilidad y ha disfrutado de sus últimos años en compañía de sus allegados como lo que era: uno de los últimos grandes de la jet set eterna de Marbella.