Después de 54 años, la Plaza Ochavada de Archidona acogía ayer un festejo taurino. Las antiguas plazas de talanqueras eran sustituidas por un coso portátil que hubo que adecuar a las dimensiones de esta monumental ubicación. El trabajo y la ilusión de muchos hicieron posible esta recuperación para la Fiesta en nuestra provincia. Cuando en otros lugares están a punto de prohibir los toros, aquí, afortunadamente, se resucitan espacios únicos.

Y es que el marco acompañaba, te alejaba de la frialdad de muchos cosos efímeros y te transportaba a tiempos antiguos. Casi al siglo XVIII, en el que se edificó este conjunto monumental. Además, el carácter goyesco y las balconadas engalanadas se incorporaban a un espectáculo con clara visión de futuro.

En medio de este singular ejemplo de la arquitectura neomudéjar, entre sus paredes encaladas y el ladrillo visto, se lidió una corrida de Lagunajanda que contribuyó al éxito con su nobleza. Un punto más de casta y, sobre todo, de fuerza habría sido la guinda del pastel.

Abría un cartel de arte el jienense Curro Díaz, torero del gusto de los aficionados y que no defraudó a los amantes del clasicismo. Cortó dos orejas de cada uno de sus oponentes. Así, si estética fue la faena de su primero, siempre a media altura para que nos e cayera, la mejor dimensión la mostró en el cuarto, fundamentalmente por el pitón derecho, en una faena cargada de temple y empaque y rubricada con una estocada fulminante.

Le acompañó por la puerta grande, una de las arcadas de la plaza, la malagueña Mari Paz Vega, que no tuvo suerte con su primero, un astado que se lastimó al salir y con el que no estuvo acertada con los aceros. Todo lo contrario que con el quinto, en el que un estoconazo fue la rúbrica para una faena inteligente, venida a más y en la que logró la complicidad del público con su buen toreo al natural. Se le pidió el rabo, no concedido por la presidenta, Ana María Romero, pese a lo que dio una clamorosa vuelta al reducido ruedo con las dos orejas. Lástima que no podamos verla en La Malagueta.

No fue menos el que cerraba cartel, el también malagueño Salvador Vega, que está en un momento dulce. Se encuentra cómodo y se le nota. Una oreja paseó de su primero, en una faena templada y con gusto. Una pena que se rajara pronto. El triunfo lo ratificó en el último de la tarde, un burel que se quedó crudo en el caballo y que no se lo puso fácil. Tuvo que tragarle y poderle hasta meterlo en el canasto; con otra buena estocada le arrancó los dos apéndices. También salió a hombros el mayoral.