Juan Carlos Ortega lleva tiempo paseando su absurdo, rara comicidad, por teles y radios. Desde «Crónicas marcianas» a Radio Nacional y la Cadena Ser. Ha escrito el libro «Miguel Gila, vida y obra de un genio», con Marc Lobato.

Usted se pregunta: «¿Desde cuándo el humor tiene prestigio?» Yo le pregunto: ¿Ha dejado ya de tenerlo?

Es que considero que el humor no debe tener prestigio, porque es la lucha contra el prestigio. Lo elogioso es enemigo de la burla. Aristófanes luchaba contra el prestigio de Sócrates. Cervantes se burlaba de todos; Gila, de los militares. Otra cosa es considerarlo valioso, imprescindible, pero no prestigioso.

¿Cada vez tenemos la piel más fina con lo políticamente correcto?

Sí, es espantoso, pero lo políticamente correcto también cambia muy rápidamente. Hasta hace poco, por ejemplo, lo provocador era meterse con la Iglesia, estaba mal visto. Hoy, en cambio, hacer un chiste con la Iglesia es lo más fácil, porque ha cambiado lo que se considera intocable, aunque muchos humoristas siguen con el registro de lo que era intocable antes. Como el Papa. Pero no, del Papa no hay que decir nada, en todo caso se desprestigia él solo, es tan obvio...

¿De qué nos reímos ahora?

Lo que está mal visto es meterse con las feministas. Sobre todo si eres humorista tío. En realidad, los papas de ahora son las feministas. O los palestinos. La cosa cambia radicalmente, y si uno es humorista puede quedar desfasado completamente.

También está pasado ya meterse con la monarquía.

La portada de «la infanta Cristina es tonta» hubiera sido la bomba hace diez años. Pero ahora no. Lo políticamente incorrecto sería hacer un gag defendiendo a la infanta. Hace poco Alaska sacó una fotografía vestida de la Virgen María con Mario Vaquerizo, y los echaron de la COPE. Pero si yo recuerdo que Madonna ya hizo eso cuando yo era un crío. En aquel momento sí que era provocar. Pero ahora no. Por eso para mí un ejemplo de provocación brutal es José Luis Garci cuando hace Canción de cuna, una peli de monjas a favor de las monjas. Le llamaron cursi. Decían que el moderno era Almodóvar, que alguna vez lo fue. Pero el moderno de verdad fue Garci cuando hizo una peli blanca de monjas siendo él comunista.

¿Qué pasa en nuestro país con el humor?

Está mal. Aunque existe la idea de que ahora tiene más prestigio, a dos de los mejores, como Faemino y Cansado, jamás les han dado un premio. A Gila, el único homenaje se lo hace una fábrica de embutidos.

Como biógrafo de Gila, ¿qué le parece ese anuncio?

Yo siempre hago la broma de que cuando veo el anuncio me da la impresión de que el único que está vivo es Gila. Me sabe mal porque algunos son amigos. Pero lo digo porque la broma funciona.

¿Qué aprendió de usted de Miguel Gila?

Muchas cosas. Cómo la vida cotidiana puede influir en tu forma de hacer humor. En su biografía hay muchas cosas que inspiraron sus monólogos, desde el «cuando nací mi madre no estaba en casa» al «alguien ha matado a alguien». Y luego está esa poesía seria, profunda.