Siempre ha buscado el misterio que se esconde tras la realidad y quién sabe si lo habrá encontrado en la autobiografía en verso que acaba de publicar, Entreguerras, que será su último proyecto, dice él. Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926), el chico que quiso ser marino como los héroes de los cuentos que leía, recuerda las claves de su vida en esta entrevista.

Acaba de publicar Entreguerras, donde condensa su vida. ¿Por qué ese título, tiene la sensación de vivir siempre de esa manera?

Sí, algo así. Es un título que puede entenderse en sentido literal. Esas entreguerras equivalen a las experiencias vividas entre conflictos, entre discordias, entre tensiones íntimas.

Ha decidido reflejar parte de sus memorias en verso, algo casi excepcional. ¿Qué le impulsó a hacerlo así, se sentía más libre?

No sé si más libre, pero sí bastante más exaltado, mucho más convencido de que se trataba de una especie de recuento torrencial de hechos vividos, libros escritos, viajes, amores, desamores, incertidumbres...

Y sin puntos ni comas... Es usted un revolucionario. ¿Le habrá gustado eso a la RAE?

La RAE, como usted dice, me trae sin cuidado… Y el hecho de que el libro esté escrito sin puntos ni comas es porque así respondía mejor al flujo y reflujo de la memoria, que tampoco tiene signos gramaticales.

Usted tiene un pasado intenso, ¿cómo ve el futuro?

El futuro, a mis años, es muy estrecho, ya apenas si consigo medir ese futuro. Y además lo veo bastante nebuloso…

Dice que éste será su último libro, ¿está seguro de que ya ha dicho todo lo que quería?

Aparte de que sí creo que ya he dicho todo lo que quería, ya no me queda ni tiempo ni ganas de plantear un libro a largo plazo. Otra cosa es que escriba algún que otro poema, eso siempre se presenta de modo inopinado.

Empezó a escribir con la poesía y quiere concluir también con ella. ¿Siempre la ha preferido a la prosa?

Me gusta repetir que la poesía es la más alta temperatura que se puede alcanzar manejando el idioma.

He leído en una biografía suya que estudió Náutica. Entonces, ¿quiso ser marino?

Fue una elección literaria. Quería imitar a los héroes de las novelas predilectas, las ambientadas en el mar, de Conrad, Stevenson, Herman Melville, Jack London… Luego enfermé del pecho y me di cuenta de que ya no estaba para muchas navegaciones.

¿Qué poetas le empujaron a la escritura?

Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez, César Vallejo, Luis Cernuda. Y los simbolistas franceses, claro.

Y, según cuenta usted mismo en el libro, quiso escribir por descifrar la realidad y aproximarse al mundo que le rodea. ¿Es más difícil ahora explicarse la realidad?

La realidad no es siempre lo que uno supone que es. Detrás de la realidad se agazapa siempre el misterio. Yo he querido aproximarme a ese misterio, soy así de iluso.

Ha sido Premio Nacional de las Letras y Premio Nacional de Poesía. ¿Le falta a usted el Cervantes?

Bueno, digamos que el Premio Cervantes se rige por un escalafón. A lo mejor ya me ha llegado la edad para poder recibirlo.

Rafael Chirbes dice que mientras no escribe aprovecha para leer y releer, ¿usted también, o prefiere otras actividades?

Sí, soy un lector asiduo, leo y releo. Pero, cuando no escribo, también me dedico a otras cosas: a la botánica, a la vida contemplativa…

¿Le ha costado alguna vez ponerse a escribir o siempre lo ha hecho con placer?

El acto de escribir es una mezcla de placer y tortura.