Juan Pedro Aparicio (León, 1941) tiene muy avanzada una novela sobre los últimos días del ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos. El eje es el viaje en el que murió, allí donde no llegan los historiadores, dice el ganador del Nadal y exdirector del Cervantes de Londres.

¿Por qué eligió a Jovellanos?

Jovellanos representa el ideal del reformismo liberal español. Si se hubiera seguido su magisterio, otra suerte habría tenido este país. Poseía un talante de prudencia y un gran sentido de la justicia sin dejarse llevar nunca por impulsos atropellados. Siempre me interesó su protagonismo en el giro desde el Antiguo Régimen a nuestro actual régimen de libertades, por muy imperfecto que este pueda resultarnos.

¿Y por qué centrarse en su último viaje, el que inició en su Gijón natal y quedó interrumpido en el Puerto de Vega, donde murió cuando se dirigía a A Coruña?

Jovellanos es un personaje muy biografiado y el bergantín donde realizó su último viaje es tal vez el único espacio que le está vedado a un historiador, las angostas paredes de un navío atestado de gente que huye de los franceses. Por otra parte, aunque sus diarios llenan más de mil páginas, no son nada intimistas, tal vez por temor a la Inquisición.

¿Hacia dónde se dirigía Jovellanos? ¿Tal vez hacia Inglaterra, donde le había ofrecido acogerle el gran amigo de los liberales españoles lord Holland?

Es difícil saberlo. Y ahí interviene el novelista. La mansión de su amigo lord Holland había de ser como un sueño, por lo que significa para él Inglaterra, ese modelo de vida en libertad logrado a partir de las propias instituciones históricas del país, por oposición al radicalismo francés que pretendía edificar la libertad sobre cenizas.

En cualquier caso, la figura de lord Holland es muy importante en la biografía del político. ¿No es así?

A lord Holland cabría considerarlo el primer hispanista de la historia. Estuvo en tres ocasiones en nuestro país, con largas estancias cada vez, y ya en su primer viaje conoció a Jovellanos, que le doblaba en edad. Holland se calificaba a sí mismo de españolado. Su devoción por Jovellanos está fuera de dudas. Durante su cautiverio en Mallorca, pidió al almirante Nelson que tratara de liberarle, algo que desestimó por el riesgo que implicaba.

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¿Era mucho lo que compartían en política Jovellanos y su amigo inglés, por ejemplo por lo que respecta al proyecto de Constitución de Cádiz?

Lord Holland transmitió a Jovellanos su convicción profunda de que España tenía posibilidades de vivir en libertad sin renunciar a su propia historia. Por lo que respecta a la Constitución, Jovellanos y su amigo inglés eran partidarios de un texto más bien breve, al modo de la estadounidense. Pensaban que el exceso de articulado y de presión reguladora podía resultar nocivo por impracticable. Para ellos, lo más importante en cualquier caso era el grado de cumplimiento de una norma. Temían algo que acaso ha ocurrido en demasía: eso de que cuando la ley no se cumple, aquí no pasa nada. Una ley, si es legítimamente democrática, ha de cumplirse. Lo contrario no es progresista ni reaccionario, es simplemente un atentado contra todos los ciudadanos.

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¿Qué consecuencias tuvo la invasión napoleónica y el surgimiento de las juntas provinciales, primero, y luego la central?

A mi juicio, muy negativas: me refiero a la invasión francesa. Radicalizó todas las posturas, cerrando los caminos de la moderación. A ello hay que sumar la ruina física, industrial y económica del país, con la consiguiente desmembración traumática de la América española. Sin invasión francesa, no se habría producido una emancipación tan súbita de las naciones americanas. Lo curioso es que, con la independencia, las nuevas repúblicas mostrasen una enorme fidelidad al idioma español.

Y hablando de lenguas, ¿qué dice del papel del Cervantes en este mundo globalizado?

Pues que es excelente. El Cervantes ha sido el mejor invento de España en los últimos, no sé, cincuenta, cien años, o más. Y simplemente hemos acudido a atender una demanda que estaba ahí. Nos ha sorprendido en cualquier caso el éxito. Ya Salvador de Madariaga propuso la creación de un instituto semejante. Ahora hay que felicitarse por el nombramiento como director de Víctor García de la Concha. Es ciertamente un veterano, pero ha sabido rejuvenecer la Real Academia Española y vigoriza de modo ejemplar todo lo que toca.