El escritor reflexiona, con ayuda de los objetos de su vida, sobre una sociedad en la que se «usan y tiran» valores y principios. Sostiene que los recortes en cultura impiden a las personas meditar y formarse.

En la solapa de su nuevo libro, Una forma de resistencia, se lee: «Los banqueros cuentan sus beneficios, los políticos sus votos y los poetas sus cosas». ¿Es este obra un recorrido por su universo más personal, por sus cosas?

Hablo de objetos personales que tienen que ver con la vida cotidiana y en los que se va enredando la memoria, la vida... Objetos como una corbata que me regaló Alberti, una copa que pertenecía a mis abuelos, una fotografía que me hicieron la primera vez que participé en una manifestación de estudiantes en los años setenta... Empecé a escribir este libro al releer Las uvas de la ira, de Steinbeck. Hay una escena en la que los campesinos son expulsados de sus tierras porque ha entrado la maquinaria moderna; tienen que abandonar sus casas y sus objetos personales: fotografías, cartas... Me pareció una imagen desgarradora porque habla de una economía destructiva que para crecer tiene que ir destruyendo seres humanos, recuerdos, sentimientos e incluso el propio paisaje. Entonces me planteé escribir un libro sobre aquellas cosas que me dolería abandonar o perder.

Lo que choca con esa reflexión que habla de despojarse de todo lo material...

Los escritores intentamos comprender la realidad a través de metáforas. Y una de las metáforas con las que más me he encontrado en los últimos tiempos es con la del vertedero. Vivimos en una sociedad de usar y tirar; acumula cosas sin mucho valor y después las convierte en desperdicio. Y no es sólo usar y tirar objetos o alimentos, también es usar y tirar valores y principios políticos. Las promesas políticas son de usar y tirar. Siento que buena parte del desempleo que hay se debe a la utilización de las personas que después se descartan.

Acude a una Feria del Libro que este año se celebra con la mitad del presupuesto del año pasado. ¿Está el mundo del libro y la cultura entre los primeros puestos del despojo institucional?

El mundo del libro está sufriendo la crisis porque la gente tiene miedo a entrar a una librería a comprar un libro. No somos conscientes del daño que producen los recortes institucionales en cultura. La gente puede comprender lo terrible que es que se cierre un quirófano o que se reduzcan los gastos de un hospital, pero no suele darse cuenta del daño que provoca la reducción en la inversión de la cultura. En estos meses he recordado mucho la reflexión que hacía Albert Camus, que decía que si peligrosa es la degradación de la vida laboral más peligrosa es la degradación del tiempo de ocio. Creo que nos están abandonando a la telebasura, al populismo más radical de los instintos más bajos. Y todo lo que ayuda a meditar y a formarse como ciudadano está sufriendo unos recortes tremendos.

Hablando de la formación del ciudadano. La pasada semana, en un colegio, invitaron a Angela Merkel a que situara Berlín en un mapa de Europa y colocó la capital alemana en Rusia...

La educación que en un momento sirvió para formar ciudadanos y formar conciencias hoy está dinamitada. Se trabaja para los intereses comerciales y para crear mano de obra barata. Se nos está ofreciendo como modelo a Alemania y quiero recordar que hay más de siete millones de alemanes que trabajan por menos de 400 euros al mes. Ése es el tipo de nueva esclavitud que se va formando en la sociedad, y para eso sobran los ciudadanos educados. Lo único que quieren son rebaños que se puedan pastorear con facilidad. La situación es muy tremenda.

Pero también parece que la crisis está generando mentes más críticas con algunas instituciones heredadas, como la monarquía y la Iglesia.

Mi memoria es claramente republicana. Muchas de las debilidades de la sociedad española actual y muchas de las corrupciones que hay, desde el poder judicial al poder financiero, vienen como consecuencia de una transición que dejó atada y bien atada la dictadura. Mi memoria es la de la segunda República, y no encuentro ninguna justificación a un régimen, que no es que sea simplemente antidemocrático, porque no cabe en cabeza democrática que por nacimiento y al margen del voto ciudadano se pueda ser jefe del Estado, sino que además representa una herencia de un franquismo que le otorgó al poder financiero y a los poderes más reaccionarios del Estado los mecanismos de control del desarrollo democrático a la muerte de Franco. Empezando por la misma ley electoral, que falsifica la realidad. Con la Iglesia pasa lo mismo. Para que un país sea realmente cívico y respetuoso con la religión, ésta debe pertenecer al ámbito privado y el Estado debe permanecer neutral. Aquí, por acuerdos que vienen de la Guerra Civil y por el apoyo que la Iglesia le prestó al golpe de estado de 1936, ésta tiene unos privilegios estatales que son un lastre para una sociedad democrática.

¿Cuál es la función del poeta en toda esta oscuridad?

Estoy convencido de que está crisis no es simplemente económica. Esta crisis es política porque los políticos no son capaces de reglar la vida de la instituciones financieras. En vez de gobernar la economía están sometiendo a los ciudadanos a los intereses financieros. Y si esta crisis es política es porque antes hay una crisis cultural, de mentalidad. Esta idea de la ley del más fuerte, del sálvese quien pueda, de la falta de solidaridad es realmente el dominio de una cultura que está rompiendo con los vínculos de la comunidad y que está convirtiendo a los ciudadanos en lobos solitarios que buscan la supervivencia más allá de una ilusión colectiva. Y en ese sentido, la labor del poeta es reivindicar los valores que tiene que ver con los vínculos. Defender la compasión y los sentimientos que nos permiten ponernos en el lugar de los que lo están pasando mal. La labor del poeta en esta sociedad es reivindicar el amor.