En estos días hace ya un año, que hay que ver lo rápido que se pasa el tiempo, nos dejó huérfanos Rockberto. Era un tipo alegre y peculiar, tanto que quizás lo único en serio que le pedía a la vida, era simplemente ser feliz.

Un hombre que lo tenía todo, al menos todo lo que él quería, pero se subía a un escenario para cantar, embutido en ropajes imposibles y perpetuas gafas de sol, «que no tengo na». Cosas que tiene la parca, porque nadie puede negar que hasta la muerte es parte de nuestra propia vida.

Mi padre, un gran coleccionista de discos, tenía un viejo vinilo de un grupo que osaba llamarse Los 5 Latinos. Desde el también viejo tocadiscos, una voz femenina endulzaba la antigua casa con el ruego que la canción solicitaba: «Quiéreme siempre». Muchos años después, una mujer rubia y madura seguía cantando la misma melodía, con mayores ganas y si me apuran, con mayor dulzura. Ahora me cuentan los periódicos que Estela Raval, así se llamaba, también se ha hartado de la vida.

Yo no sé lo que hará el resto del mundo, pero yo seguiré escuchando vuestra música. Te voy a hacer caso Estela, voy a quereros siempre. Es lo mínimo que se puede hacer a quienes una vez nos alegraron, con su música, nuestras vidas.