Dicen que las cosas más grandes siempre van en tarros pequeños, y la verdad es que se podrían poner unos cuantos ejemplos que dieran veracidad a tan curiosa afirmación. También pudiera ser que cuando las cosas tienen gran valor, siempre deben llevar un envoltorio humilde, pues de ese modo, realzan su categoría.

En la escritura, nada es más humilde que un simple signo de puntuación y seguramente de todos ellos, el que goza de mayor singularidad es ése al que todos conocemos por coma.

En los escritos antiguos, es raro encontrar este signo, pues todo se lee de corrido, por lo que algunas veces resulta difícil su entendimiento, que, por tanto, necesita de varias lecturas para poder ser entendido correctamente.

Frases. Así pues, para evitar esto y darle un poco de ritmo a las frases, el uso de la coma se generalizó tras la invención de la imprenta en 1440. La primera edición conocida, editada con los signos de puntuación tal y como se usan en la actualidad, la realizó en 1496 Aldo Manunzio al imprimir una obra de Pietro Bembo.

Es curioso cómo algo tan simple como una coma un día cualquiera de la Historia se convirtió en algo muy importante que engrandeció para siempre a un rey.

El emperador Carlos I de España leyó: «Perdonar imposible, que cumpla la condena», seguramente la muerte de algún pobre infeliz. Entonces, el emperador, quizás en un acto de magnanimidad, cambió de lugar la coma: «Perdonar, imposible que cumpla la condena» y se obró el milagro.

Porque a veces son las cosas pequeñas las que hacen grandes a los hombres.