Cuando el físico británico Isaac Newton (1643-1727) –todavía no tenía la distinción de sir, el título lo recibiría en 1705 de manos de la reina Ana de Inglaterra– describió la Ley de la Gravitación Universal en su obra Philosophiae naturalis principia mathematica, en 1687, seguramente no pensaría que existían estrellas más allá de las que brillaban sobre su genial cabeza en un Universo que tantos años de trabajo le llevó para bondad de la humanidad.

El también filósofo, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés se convertirá, Hollywood mediante, en el protagonista y héroe de la nueva producción del norteamericano Rob Cohen, quien convertirá a Newton en el detective de su nueva película, aún sin bautizar y sin intérpretes seleccionados.

En ella, Cohen presenta una de las facetas más desconocidas del científico: su trabajo como custodio de la Casa de la Moneda Británica, apunte que aprovecha para mostrar la vis detectivesca del Newton.

Sin embargo, Cohen no descubre la pólvora: el libro Newton y el falsificador, de Thomas Levenson, publicada por Alba Editorial –de Editorial Prensa Ibérica, editora de La Opinión de Málaga– ya narra las incursiones del genio británico en las investigaciones más propias de un ficticio Sherlock Holmes.

En Newton y el falsificador, Thomas Levenson relata cómo después de treinta años como profesor en Cambridge, Isaac Newton se hizo cargo de la Casa Real de la Moneda y se dedicó a perseguir a los falsificadores que ponían en peligro la estabilidad de la economía británica, muy especialmente a William Chaloner, el mayor falsificador de la historia de Inglaterra, un truhán habilísimo a quien finalmente consiguió desenmascarar después tres años de pesquisas.

Thomas Levenson –profesor del prestigioso Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés)–, después de describir los años de esplendor de Newton como hombre de ciencia, reconstruye su duelo con este astuto delincuente combinando la divulgación histórica y científica con la narración criminal y descubriéndonos su faceta desconocida como detective.

El punto de arranque de la obra está en el descubrimiento de Levenson de un manuscrito por el que un condenado a muerte se pone en contacto con Newton. ¿Qué hace un criminal manteniendo correspondencia con el considerado por muchos como el mejor científico de todos los tiempos? La pregunta tiene respuesta en los años en los que Newton estuvo al frente de la Casa de la Moneda Británica. El cometido del físico era salvaguardar la economía del país y aquel criminal, Chaloner, el responsable de la mayor red de falsificación de dinero de la historia de Inglaterra, fue objeto de sus pesquisas durante años.

El modo de trabajar de Chaloner era el propio de los de su calaña: limar con resultado casi imperceptible los bordes de las monedas de plata y acuñar otras nuevas con los restos. Sin embargo, el falsificador era también un farsante, pues este fabricante de clavos hacía gala de su aversión a los falsificadores mientras se dedicaba a sucios negocios al caer el sol.

Para combatir con este fraude, las autoridades británicas optaron por recuperar todas las monedas en curso refundarlas y darles una nueva fisionomía para evitar futuras copias. Entonces, Newton, como responsable máximo de la Casa de la Moneda introdujo las estrías en los cantos, rasgos que pervive hasta nuestros días en los euros.

En su afán por descubrir al falsificador, Newton se introdujo en ambientes poco apropiados para una mente como la suya: tabernas de dudosa reputación, bajos fondos de la ciudad, se relacionó con criminales y prostitutas y hasta se disfrazaba como los animales de la noche londinense.

Chaloner, sin embargo, no pudo burlar la inteligencia de Newton y fue condenado y ahorcado en 1699.