Como comentaba el otro día el compañero Fran Cristófol, Twitter ha supuesto la democracia de la estupidez. Suena feo al decirlo pero es así –prueben primero en voz baja y vayan elevando el tono: se convencerán–. No hay otra conclusión posible cuando estamos terminando una semana marcada por el dichoso Gracias Sara como uno de los trending topics mundiales más longevos de la historia –vamos, tres días o algo así: la veteranía es ahora muy relativa–. Por supuesto, el recuento de los tuits más supuestamente graciosos se convirtió en la noticia más leída en las ediciones digitales de los periódicos mainstream, y, sí, dio el salto al papel en muchos de ellos.

No voy a llegar tan lejos como algunos sí lo han hecho, que han criticado el supuesto machismo de muchos de los comentarios tuiteros al respecto de Sara Carbonero. En realidad, yo creo que España es un ejemplo exacto de cómo se puede conseguir la igualdad de sexos: antes nos reíamos de las mujeres, ¿por qué no reírnos absolutamente igual de los hombres? Claro, la mala baba es unisex, es nuestra gran conquista. Que se lo pregunten a Petón, a Sergio Sauca y a otros comentaristas futbolísticos, que son puestos a caldo cada dos por tres por lo que sea. No, si al final todos somos Jack El Destripador.

Pero sí me gustaría plantear una pregunta: si esta chica, Sara Carbonero, no fuera la novia de Íker Casillas –si fuera, por ejemplo, Susana Guasch, la reportera de campo de los partidos de La Sexta–, ¿habría tanta guasa? Asegura uno de los creadores de #GraciasSara que la cosa nació porque la periodista «no decía más que obviedades» durante el encuentro España-Croacia. ¡Bienvenidos al apasionante mundo de la retransmisión futbolística, conocido por ser el arte consistente en que dos señores te narran lo que estás viendo! No, miento, esta labor ha traído grandes innovaciones, como expresiones tan maravillosas como inexistentes como entreno, por entrenamiento, o hallazgos poéticos como recuperar la verticalidad por levantarse tras una tarascada.

No me hizo gracia ninguno de los tuits del dichoso trending topic éste de la Carbonero, pero no por nada, no es porque yo sea un fino del humor, ni mucho menos, pero sí soy de la opinión que los chistes de barra de bar pierden mucho cuando no se cuentan en una barra de bar –fuera de ella suelen tener muy mala pipa–. Aunque no crean, quizás haya todo un concepto detrás de todo este asunto. Antonio Agredano, supuesto creador del TT, habló con El País: «Yo fabulé. Me gustó el concepto, ese diálogo de besugos y tiré de ahí. No fue una burla de lo que dijo, sino una literaturización de su papel». ¡Toma ya! Una «literaturización de su papel»... Y se queda tan ancho el señor.

No, nada es tan simple en estas cosas. Si ya hasta los chistes de Lepe van a ser reformulados en forma de post-humor –no me he inventado lo de post-humor, es una etiqueta de la que he oído hablar pero, no pierdan el tiempo, no hagan mucho caso–. Todo con tal, sí, de hacer el imbécil un ratito mientras el mundo real, el de la política, la economía y la gente sospechosa en general, sí que nos toma por imbéciles.