Los pasos lentos y firmes. El cuerpo atlético erguido. Frío y decidido el semblante. La mano enguantada sujeta el arma. Escalones, dos o tres. Entra en la casa. A izquierda y derecha amplios salones penumbrosos. En el centro de la enorme antesala, la escalera que asciende al piso superior. Sube. Ante él un largo pasillo enmoquetado. Indiferentes paredes empapeladas con motivos geométricos. La alfombra amortigua los pasos. Al fondo una puerta entornada deja escapar luz cálida y anaranjada.

Suena el teléfono en una habitación de hotel. Una maleta abierta de par en par sobre la cama. En la mesilla, una botella casi vacía de Jonnhy Walker Black Label. De fondo, el sonido de la ducha cesa ante el ímpetu de los riiiiiiing riiiiiiing riiiiiiing. Aparece una mujer envuelta en una toalla blanca, restos de espuma sobre el torso y la espalda. Descuelga el auricular y permanece en silencio. Se sienta en la cama, lentamente. Sin haber pronunciado una sola palabra, cuelga el aparato. Se sirve una copa, enciende un cigarrillo. Su mirada se pierde entre bocanadas de humo blanco.