El periodista e historiador valenciano Mario Amorós ha difundido esta semana en Chile un informe del Servicio Médico Legal de aquel país que da por buena la versión oficial sobre la muerte de Pablo Neruda: falleció el 23 de septiembre de 1973 debido al cáncer de próstata que padecía. Para Amorós (Novelda, 1973), embarcado en la empresa de intentar poner luz sobre la muerte del Nobel -en mayo publicó el libro Sombras sobre Isla Negra, la misteriosa muerte de Pablo Neruda (Ediciones B-Chile)-, el estudio, realizado a partir de los antecedentes médicos incluidos en el sumario judicial, no supone el punto final. «El misterio continúa abierto», afirma. Y defiende que deben ponerse todos los medios para esclarecerlo: «La muerte de Neruda no puede quedar atrapada en las dudas. Chile tiene esta deuda con él».

El caso está ahora en manos del juez Mario Carroza, que a partir del informe citado y de otro encargado debe decidir si solicita exhumar los restos del poeta, como hizo el pasado año con los de Salvador Allende.

El misterio en torno a la muerte de Neruda resucitó en mayo de 2011: el último chófer del escritor, Manuel Araya, denunció que este fue asesinado a través de una inyección en el hospital donde fue ingresado ocho días después del golpe de Pinochet. Al conocer su testimonio, el Partido Comunista -al que Neruda perteneció- presentó la querella que dio pie a la investigación de Carroza.

Amorós, que ha contrastado en su libro esta denuncia con documentos y testimonios inéditos, sostiene que ninguna de las dos versiones puede darse como cierta, pero, como poco, existen suficientes datos contradictorios como para continuar la investigación. «Mi tesis es que es una muerte envuelta de misterio», sentencia.

El primer motivo que alienta el enigma es que existen fundamentos de peso de que en septiembre de 1973 el cáncer de Neruda no estaba en fase terminal. El autor de Residencia en la tierra se había operado dos veces de la enfermedad en Europa y ese mismo año se había sometido a un tratamiento de radioterapia en Valparaíso. El propio Departamento de Medicina Criminalística de la Policía de Investigaciones de Chile envió en agosto de 2011 un informe al juez en el que sugería que ese tratamiento había eliminado la metástasis y el poeta no sufría un cáncer de próstata en fase terminal.

Está además el testimonio de la última esposa del escritor, Matilde Urrutia, que hasta su muerte en 1985 no se cansó de negar que el cáncer matara a Neruda. En las primeras páginas de su libro, Amorós relata que el urólogo que atendía al escritor explicó a su mujer un mes antes de su muerte que la esperanza de vida era de cinco o seis años.

En opinión de Amorós, tampoco encaja con la versión oficial que en abril y mayo de 1973 Urrutia regresara a Francia para empaquetar todas las pertenencias que habían dejado allí al regresar a Chile tras su etapa como embajador. «Si hubiera estado tan enfermo, ella no se hubiera ausentado durante casi seis semanas».

Todo estaría más claro si se pudieran comprobar los informes médicos de aquel año, pero no se conservan en ninguno de los tres hospitales por los que pasó. Tan solo quedan en los archivos los partes de entrada y salida. Es otro dato que alimenta las sospechas.

Pinochet. Neruda no había tenido amenazas directas de muerte, pero el embajador español (el mismo que logró sacar del país a Joan y Vicent Garcés, apunta Amorós) había advertido al dictador que cualquier daño al Nobel perjudicaría la imagen del régimen. Un día antes, Pinochet -cita Amorós en su libro- dijo proféticamente a una radio luxemburguesa: «Neruda no ha muerto.€ Nosotros no matamos a nadie y, si Neruda muere, será de muerte natural».

Sin embargo, su casa de Santiago fue arrasada tras el golpe, hecho definitivo para aceptar el exilio en México, al que nunca llegó, ya que debía subirse al avión el 24 de septiembre. «Pinochet lo sabía», indica el periodista, porque la junta militar les había proporcionado los permisos de salida. Araya sostiene que el posible crimen se produjo precisamente para impedir aquel viaje, puesto que en México la voz de Neruda se habría alzado contra la dictadura.

Queda la cuestión del procedimiento: la inyección letal supuestamente administrada cuando los desaparecidos se contaban por miles. No obstante, el régimen no eludió técnicas de muerte más sofisticadas: en 2009 se determinó que la muerte del político Eduardo Frei Montalva en 1982 no fue por una complicación postoperatoria, como se pensaba, sino que fue asesinado con sustancias tóxicas en el hospital. Se trataba de la Clínica Santa María, la misma en la que murió Neruda.

En todo caso, fuera asesinado o víctima del cáncer, Amorós tiene claro que Neruda fue «una víctima más de la dictadura», porque el golpe y la represión le abocaron a «una dolorosa agonía física y emocional».