Se hacía eco, aquel viajero que fue el granadino Pedro Antonio de Alarcón, de aquella coplilla que circulaba por Málaga en el siglo XIX y que más o menos decía eso de: «tierra donde yo nací, para todos fuiste madre y madrastra para mí» y se refería, creo yo, al desapego, cierto o no, que parece ser tiene nuestra ciudad hacia sus ilustres hijos.

Para José Martín de Aldehuela, Málaga siempre fue madrastra por su condición de oriundo turolense, una buena madrastra, acorde con el buen hijo que siempre él quiso ser para una ciudad a la que amó profundamente. Contaba el ilustre académico de San Telmo, Miguel Bolea y Sintas, que Aldehuela decidió residir en Málaga para así poder contemplar, durante el resto de su vida, las cajas de los órganos de la Catedral que con tanto acierto y cariño había realizado, sin duda, una anotación romántica más, de las muchas que rodearon a la vida del genial arquitecto y que como otras tantas ha trascendido hasta el punto de creer que es verdad, sin serlo.

Aldehuela llegó a Málaga, desde la ciudad de Cuenca, el día 12 de noviembre del año 1778 llamado por el obispo José de Molina Lario, muy probablemente para comenzar dos obras fundamentales e inexcusables de realización para él; por un lado la fabricación de un órgano para la Catedral, - instrumento y cajas decorativas - y por otro, la faraónica obra de traer agua corriente y abundante a la ciudad.

Molina Lario conocía muy bien a Aldehuela, no solo por ser paisanos, sino también por haber trabajado juntos. A este respecto se puede afirmar que éste, era el arquitecto de confianza del buen obispo, como así demostró encargándole la dirección de las obras más relevantes que en aquel tiempo tuvo nuestra ciudad.

José Martín de Aldehuela había nacido en la pequeña localidad turolense de Manzanera, un 14 de enero de 1724 en el seno de un humilde familia de labradores. Fue la casualidad, -una constante en su vida-, y la suerte, quienes se aliaran de su parte para convertirle en maestro arquitecto e ingeniero, pues fue gracias a que uno de sus tíos tenía un taller de carpintería, donde se formó y destacó prontamente en el arte del retablo, lo que le permitió, desde la más humilde de las condiciones, convertirse en uno de los grandes genios de la arquitectura y la ingeniería de la historia. No fue un hombre cultivado, sabía leer y escribir y poco más, pero su gran talento para las matemáticas y la física, más su tesón e inteligencia, hicieron de él, desde la práctica, que con apenas estudios elementales, este gran hombre prontamente destacara en el oficio que la providencia puso frente a su cara. Así, con tan solo 26 años ya era autor de la Iglesia del Seminario en Teruel y partiendo desde la nada, ya gozaba de gran prestigio en Cuenca, ciudad donde residía y trabajaba pues, ya contaba en su haber con una obra tan prestigiosa y bella como el Oratorio de San Felipe.

Hasta su llegada a Málaga, Aldehuela trabajó incansablemente en las provincias de Teruel y Cuenca, especialmente en esta última, donde su impronta y su sello han hecho de ella una ciudad monumental Patrimonio de la Humanidad. Suyas son la Iglesia de San Pedro, la Ermita de la Virgen de las Angustias, el Convento de San Pablo, hoy Parador Nacional de Turismo, la Iglesia de las Petras, la del Hospital de Santiago, más conocida como La Luz, por ser la residencia de la patrona de la ciudad, la Virgen de la Luz o el interior de la Catedral, donde prácticamente todo su engalanamiento y belleza son obra de su talento. Sería muy extenso completar todas las obras de Aldehuela en esa provincia, tan solo reseñar la inigualable Iglesia de San Millán en la localidad turolense de Orihuela del Tremedal o el coro de la Iglesia de Santa María de Alarcón, lugar elegido por su belleza, para la jura constituyente del Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha el 4 de diciembre de 1981 y sus primeras incursiones en el arte de la ingeniería, que dominó también de manera impecable y ejemplar, realizando presas como la del Molinillo del Postigo, el empedrado de calles o la primera fábrica de papel que existió en España, el molino de papel de la localidad de Palomera, localidad muy próxima a la ciudad de Cuenca. Sin embargo, fueron sus trabajos en la traída de aguas, lo que hizo que viniera a Málaga, ya que, habiendo realizado esos trabajos para Huete y la propia Cuenca, el obispo no concebía nadie mejor que Aldehuela para traer las aguas que tanto necesitaba nuestra ciudad: El faraónico acueducto de San Telmo.

Aquí siguió su inagotable creatividad. Autor de la Capilla de la Encarnación, las cajas de los órganos, colocación de las cadenas exteriores o de la decoración interior de nuestra Catedral, destacan sus intervenciones y autoría de la Iglesia de San Felipe, las Casas del Cabildo, el Palacio Episcopal, la ampliación de San Juan, San Agustín, la Sociedad Económica de Amigos del País, el Palacio del Conde de Villalcázar, los jardines del Retiro, la casa de Expósitos la gota de leche, la casa barroca frente a Las Atarazanas y ya en la provincia San Juan en Vélez, el cementerio de Cortes, la Plaza de Toros de Ronda y la más emblemática de todas; El Tajo o Puente Nuevo de la misma localidad, donde además, al igual que había hecho anteriormente en Málaga, también fue capaz de llevar, por primera vez, agua corriente a sus barrios.

La casualidad fue una constante en su vida. Fue el azar quien quiso que un 7 de septiembre de 1784, el agua del acueducto de San Telmo llegara a Málaga, la misma casualidad que hace que la Feria de Ronda caiga en esas fechas y como no podría ser de otra forma, quien hizo que ese mismo día pero del año de 1802, en la calle del Horno, hoy de Hinestrosa, el genial turolense, pero de adopción malagueño, exhalara su último aliento. Nunca le pagaron, pese a reclamarlos insistentemente, sus honorarios por la realización del Tajo. El Ayuntamiento de Ronda siempre hizo oídos sordos a su solicitud.

Por ello murió pobre, tan pobre que tuvo que ceder su casa a una vecina, para que en su vejez le proporcionara alimentos. Murió solo, tan sólo que únicamente su hijo acudió a su entierro. La providencia quiso que se casara y enviudara dos veces y que murieran catorce de sus quince hijos. Su decisión de ser enterrado en el Convento de San Pedro de Alcántara en nuestra ciudad trajo una nueva azarosa bofetada, pues la desamortización del convento dejó su cuerpo y el de los suyos, enterrado en una plazuela de esta ciudad quién sabe si para siempre.

Hoy Málaga sigue ejerciendo de madrastra con él y permanece olvidado, como tantos otros, bajo la sinrazón de quienes deberían aunar esfuerzos por recuperarlo. Mientras tanto, hoy nadie recordará su aniversario. Casi nadie dará testimonio de que este genio vivió entre nosotros y nos dejó lo mejor de él como tributo y recuerdo. Ronda se rendirá a los toreros de «su» plaza y todo el mundo se asomará al balcón de «su» Tajo, de ese del que sigue siendo propietario, sin una placa, sin un busto que honre su infinito recuerdo?