Novela de factura clásica. ¿Los experimentos con gaseosa o es lo que pide el mercado editorial en estos tiempos?

Ni sé lo que pide el mercado. Una novela ha de tratar de alumbrar el misterio de la condición humana y para eso has de ponérselo fácil al lector. Un espejo en el camino, como dijo Stendhal, pero ni cóncavo ni convexo.

Los de la División Azul eran «sacos terreros» para proteger a los burgueses del nuevo régimen franquista, dice un personaje. ¿Le ha salido una novela con un regusto antisistema?

Es que creo que el idealismo y el ímpetu juvenil son usados por la gentuza. Ha ocurrido en todas las épocas. Por eso el mensaje de Cristo es redentor, porque no quiere aprovecharse de la gente. Sí, esa generación fue usada, igual que lo son nuestras generaciones jóvenes ahora.

De la División Azul sorprende su resistencia. ¿Le sorprende también la de los españoles de hoy?

Creo que estamos más reblandecidos hoy. Es admirable cómo España salió del agujero en esa época. Podemos tener ideas distintas sobre la Guerra Civil y el franquismo, pero todos tenemos que estar de acuerdo en que nuestros abuelos tuvieron un par de huevos para a base de trabajo y sacrificio conseguir sacar el país adelante y que sus hijos estudiaran. Debe ser una lección para nosotros. Claro que entonces la cuestión política no era disputada y hoy estamos obsesionados en la disputa ideológica: es lamentable que con tantos millones de parados estemos con que si Cataluña se separa. ¡Por favor! Dejémoslo para otro momento.

¿Estamos en una etapa prerrevolucionaria, como dicen algunos?

Las revoluciones son lo peor que les pasa a los pueblos. Pero el sistema es cada vez más fuerte y hoy es mucho más difícil. Creo que vivimos en una época sin justicia social, porque la izquierda se ha preocupado de otras cosas más pintorescas, como las nuevas ideologías, y la derecha se ha paganizado y ya no tiene la fibra moral del cristianismo.

¿Hay en usted, como en su protagonista, una nostalgia de una España preeuropea?

Las influencias son enriquecedoras, pero hemos sido arrasados culturalmente por la invasión americana y en estos momentos somos rehenes de burócratas con sede en Bruselas y Estrasburgo. Me declaro antieuropeísta, que no antieuropeo, contrario a esta nueva tiranía que nos masacra.

¿Pesa la etiqueta de novelista católico?

Es un sambenito absurdo, algo molesto. Soy un escritor con una visión cristiana del mundo, pero no creo que sea algo exótico, porque el cristianismo nos constituye como civilización y nación. Lo que pasa es que vivimos una época muy loca.

Con esos principios, ¿cómo ve el éxito de 50 sombras de Grey?

En los últimos años se suceden éxitos editoriales que nada tienen que ver con la literatura y son muy cambiantes: de novelas esotéricas a las policiales nórdicas, y ahora me temo que nos vamos a chupar varios años de novela guarrilla para marujas. Es triste. Nos habla de la producción industrial aplicada a la literatura.

¿Y es más difícil ser escritor una vez que uno deja de ser una joven promesa?

Es mejor. Era un martirio que te metieran como el bicho raro de una bolsa generacional. Prefiero ser un escritor viejo y solo.

¿De qué es capaz un hombre por una mujer?

Una mujer es algo nefasto en términos ideales, porque los idealismos nos alejan de la realidad: puede sustituir a Dios y el hombre puede ser capaz de todo por ella. Pero es una bendición en términos realistas: cuando encuentras el amor de una mujer eres capaz de hacer cosas que por cobardía antes eras incapaz.

¿Le preocupa la ruptura de España?

Me preocupa que España es un país que ha perdido su sentido y su razón de ser. Las naciones, en términos históricos, se hacen sobre convicciones comunes y, cuando se rompen, el proceso de descomposición es natural. España ha entrado en ese proceso hace bastante tiempo y los síntomas son cada vez más graves. La mejor prueba es que en situación de pobreza las naciones sanas se cierran como una piña verde, las enfermas se abren como una madura.