Que el Vaticano tiene la patente de la máquina del tiempo ya no nos queda duda; tienen la capacidad de poder decir «agarra la palanca y tira» y mandar a un monaguillo aventurero, dos mil años atrás, a pleno Andévalo onubense, entre El Alosno y Paymogo, para visitar a los Reyes Magos. El machaca de la Santa Sede podría contemplar a Melchor haciendo las maletas canturreando algún fandango de Paco Toronjo; a Gaspar, dudando entre llevarle incienso o castañas en almíbar de Aracena y a Baltasar estrenando botos de Valverde Del Camino a medida, para afrontar la romería más larga. «¿Quién le mandaría a la virgen irse tan lejos a alumbrar al señor teniendo una ermita en el Rocío a tiro de piedra? Cuando lleguemos a Belén estamos todos roncos de cantar sevillanas por el camino» les diría con mucha guasa su majestad a los pajes.

El monaguillo aventurero cogería caminito de Belén, para poder contemplar que la imagen impertérrita que tenemos todos del portal se venía abajo; ya no había bueyes y mulas, había un pingüino de Longhi que quitaba el sentío, puesto a todo trapo y que le había regalado Bazar San Juan, patrón de los arrecíos; la cuadra era una sucursal de la clínica El Ángel, donde no faltaba ni gloria; el monaguillo no veía a un pastor por culpa de la huelga indefinida que mantenían los de Asaja con el prefecto romano de turno; ni camellos ni dromedarios tampoco, un 4x4 Dacia que les salió muy baratito en leasing por empresa a sus majestades, que de paso, sustituyeron la estrella guía por un tomtom pegado al salpicadero.

San José tendría la cara descolgada como el Deportivo en la liga: un niño a estas alturas y la carpintería a punto de cerrar porque no había barnizado una cómoda desde hace dos veranos. María mantenía a duras penas la economía familiar echando media jornada en la fábrica de Hojaldrinas Matas que tenía un ERE encima que no se lo quitaba ni Dios por culpa de Matas, que se había juntado con el cuñado del rey Gaspar; su amiga María Magdalena corría su misma suerte en la Bella Easo. Menos mal que su madre le echaba una mano con la paga cortita de San Joaquín, santo porque después de toda la vida de pastoreo tenía que seguir ayudando a su hija y criando a su nieto.

La cosa estaba calentita en Belén, como podía comprobar nuestro audaz monaguillo, que, tras unos matojos, veía cómo los centuriones romanos repartían estopa a los pastores en huelga; en las posadas solo se hablaba de cómo estaba la cosa y de que Herodes ni pincha ni corta, todo dependía de cómo se levantara el canciller Romano y la prima de no se quién, que seguramente estaría liada con el.

Encima para mas «inri» cada dos por tres sonaban unos ´San Bombazos´ que ni los petardos de Carrasquilla: por lo visto había un leve conflicto en no sé qué franja que no dejaba dormir al niño, un niño, por cierto, que tendría que vivir en casa de los padres hasta los treinta años, y que después le clavarían con una hipoteca que sería su cruz para el resto de la vida.

El monaguillo, en ese momento, se dio cuenta de que el cuento no había cambiado mucho, exceptuando el gentilicio de los magos y la venta de la mula y el buey a la hermandad de Coria, así que cogió la palanca de nuevo y se plantó en el 1982, se compró un piso por cuatro millones en la avenida Andalucía, lo hicieron fijo en la EMT y se sacó el abono para el mundial en la Rosaleda; todos los domingos iba a casa Pedro con su novieta a comer y después al Bobby Logan con quinientas calas, pudiendo comer perdices y raciones de mero, viviendo en la época donde se hablaba de «la cosa» para bien y Felipe todavía usaba corderas en la chaqueta de pana. «Dios dijo hermanos, pero no primos»€