A 2012 se le acaba el tiempo. Los días que conformaron su cuerpo, ahora raquítico y menguado, ya comienzan a instalarse sobre los anaqueles de estanterías invisibles para la realidad más evidente, tangibles sólo para quienes han sido actores de los mismos. También empieza la cosecha de listas, las conversaciones y bandos sobre lo mejor y peor del año. Los que dejamos deslizar nuestras existencias casi exclusivamente entre libros y música somos muy de enumerar. De este tipo de enumeración suele surgir una suerte de enamoramiento fulminante, el mismo que permite alcanzar la emoción de pelaje más bello y profundo, como si con cada canción o párrafo el abismo fuera más bello y liviano.

Este año, quizá por desidia, la misma que envuelve la ciudad con cada paso, mi lista está borrosa, incompleta. Por determinar. Al mismo tiempo hay algo que se resiste a creer que es así, que ha sido así; ese algo me induce a pensar que yo misma estoy siendo injusta para con este momento si inclino la causa o razón hacia ese estado de inercia orgánica. Y es que a pesar de todo, ese todo injusto, el ser humano ha vuelto a ejercer su creatividad por encima de esta realidad imprecisa que nos ha tocado vivir, una creatividad que hace que la condición humana sea única, maravillosa y extraordinaria. Aquello por lo que la experiencia de la vida resulta ser irrepetible y original. En este 2012, encuentro, mientras lleno mis estanterías, muchos grupos y artistas que han ilustrado mi recorrido. Su testimonio se instala en ese complejo collage que llamamos memoria y me completa, define y construye. Forman parte de mi identidad.

Si soy estricta, y no me someto a juegos de improvisación, debo escribir, para ser honesta con quien recibe estas palabras, nombres como los de Andrew Bird, Richard Hawley y Willie Nelson, sonidos personales, de digestión pausada y texturas cálidas, de aliento en el oído. Si dejo hacer a esa interpretación de mí, debo continuar con The tallest man on earth y Grizzly bear, voces únicas que fracturan otras voces para hacerte regresar al origen, a ese lugar personal e intransferible donde sólo una sabe quién es; Julia Stone y Bat for lashes, dos estadios distintos, dos formas de ser ante la vida; cronistas sentimentales de un espacio y un tiempo. Dominique A, Fanfarlo y Beach House ayudan a que la escala de grises sea, por fin, colorida, caleidoscópica. Y acercándome a eso que llamamos hogar, Santos de Goma, The Incredible Shouting Market y Ultrarouge. Cada nombre propio ha dejado su grieta, cada canción y álbum han sumado partículas a mi reloj insaciable. A todos ellos, gracias por tanta belleza.