Mientras tanto, me imagino una puerta, abierta, y voy hacia ella. No es sueño. El abandono de la vigilia. Voy despacio, letra a letra, como un niño. El exceso de luz es como la oscuridad, una inmensa máscara esférica, entra y se diluye, entra y se queda. No hay hallazgo posible, pues nada hay oculto. La puerta obscenamente abierta se aleja al ritmo de mis pasos, es inútil correr: corres y sabes que el autobús se irá justo a medio metro de ti, y te quedas solo en la parada, jadeante. La inminencia de algo de no acaba de suceder: el frágil equilibrio en la cuerda invisible del poema. ¿Cómo seguir? Palabra salvavidas silencio océano: la puerta intacta me vigila muy de cerca, mientras caigo, o me duermo en el reflejo del flexo en las cortinas. Puerta animal universal, puerta gaseosa, un rayo tremendo que me abre los ojos y los oídos y la boca. Mientras tanto, la vida eterna y el instante están de parranda en el sótano del poema.