Jesús Franco aprendió mucho de lo que sabía de cine de Orson Welles, con quien trabajó como director de la segunda unidad en Campanadas a medianoche y en proyectos inacabados como Don Quijote. Juntos, dicen, compartieron innumerables confidencias y, además, una mutua devoción por el que consideraban el mejor vino del mundo, el Montilla-Moriles. En Francia también trabó cierta relación con Jean Luc Godard -su director favorito de todos los tiempos, tan cerca y a la vez tan lejos de las coordenadas del cine del tío Jess- y hasta un gigante de la vieja escuela como Fritz Lang -sí, el director de Perversidad, Metrópolis y otras cumbres del séptimo arte- manifestó su admiración por una cinta en concreto de Franco, Necronomicon -o Succubus, en su versión extranjera-.