Cuando intentamos traer a Christopher Lee para la Semana de Cine Fantástico de Málaga, le preguntamos a Jesús Franco si podía ponernos en contacto con él, ya que habían trabajado juntos en varias películas: «¡Joder, coño, si es como si fuera mi primo!», me dijo. Desde entonces me gusta definir a Jess como «el primo de Christopher Lee». Fue un hombre vitalista y vividor. Disfrutaba mucho de nuestras discusiones, como aquella en la que le decía que para que trabajara con él en un proyecto tenía que ser una producción más cuidada, que no podía ser meter a dos tías bailando en pelotas en una casa: «¡Eres un lameplanos, te pareces al Garci!», me gritó. Al día siguiente me llamó para invitarme a ver una peli a su casa.

Me acuerdo de cuando murió Lina Romay, y le dije que tenía que irse a una residencia, porque necesitaba cuidados día y noche: «Me tiro por un balcón antes que irme a una residencia». Hasta le encontré una en la que permitían fumar y beber, pero nada... Él sólo quería rodar, lo que fuera. Su paraíso era un set, un rodaje que no terminara nunca. Y ver películas: una chica que lo cuidaba terminó renunciando porque Jesús le obligaba a ver películas hasta las cuatro de la madrugada. Y, sobre todo, lo recuerdo como una de las personas más cultas que he conocido, de los últimos hombres del Renacimiento... Y un colega con muchas narices.