He aquí el denso aroma del descaro: promiscuo y testarudo, con un vaho superficial y un hedor en forma de carencias. Tercera fila de la derecha, el asiento asediado por polifacéticos fotógrafos y el atrevimiento de un gran altavoz sucumbido a la agresión interminable del pataleo de los asistentes al evento. Y, la maldición de cualquier conferencia, la típica persona que se apropia del contexto para sacar a pasear su mimada oratoria. «La mayor parte de las canciones de amor están llenas de mentiras», cantaba Ismael Serrano mientras los acordes se ponían de acuerdo para modular esa letra hasta que canciones de amor llegaba a poder sustituirse por cualquier expresión. En ese concierto como en otro cualquiera. En la presentación del libro ¿Para qué servimos los periodistas?, de José María Izquierdo, o el de Especies en extinción, de Juan Cruz, a propósito de la tan aclamada Feria del Libro. En cualquier acto, da igual: entregas de premios, recitales de poesía, homenajes. Hasta en los pequeños grupos de carismáticos individuos que, Budweiser en mano, ingieren todos los points de Eurovisión. En todos los lugares habidos y por haber despunta esa figura de arraigado desparpajo con un afán de protagonismo que alcanza niveles desmedidos. Y, entonces, el resto del auditorio se mira entre sí y respira profundamente. «Muchas palabras nunca indican sabiduría», decía Tales de Mileto. Y es que la mayoría de esas espontáneas pero demasiado premeditadas intervenciones se jactan de saberes y conocimientos en los eventos sociales. Sucede entonces una encrucijada: el contenido que pretendías absorber aquel día a aquella hora desaparece y el protagonista de esa velada se convierte en otro oyente más, un simple dependiente insignificante del receptor que se predispuso a ser el centro de atención. Esta confluencia de protagonistas no tiene más mérito que llegar a desvalorizar cada vez más el sentido de la palabra respeto hacia el verdadero personaje principal de la conferencia. La demostración incesante de poder ser el centro de todas las miradas es un balbuceo tedioso.