Simplemente Bruce. Sin etiquetas ni subtítulos pomposos. Sin el sello 'The Boss'. Bruce Springsteen ha dado el visto bueno a una biografía y ha colaborado activamente en su realización. El autor de la proeza se llama Peter Ames Carlin y para arrancar nada mejor que viajar al momento en que alguien llamó 'Boss' al cantante: "Fue a principios de 1971, en el comedor de un frío apartamento en los alrededores del centro de Asbury Park. Bruce tenía un especial talento para el Monopoly marca de la casa al que jugaba. En esa versión, las reglas oficiales del juego apenas se aplicaban. La verdadera diversión comenzaba entre los turnos de jugadores, cuando podían establecer alianzas, negociar acuerdos, ofrecer sobornos y recurrir a artimañas, coacciones y a todo lo que cualquier jugador ajeno a esas reglas propias consideraría trampa. Y ahí es donde Bruce se lucía, debido, en parte, a su agudo poder de persuasión y a la ventaja que le otorgaban las bolsas de chocolatinas, los bollos y las latas de Pepsi que llevaba a la partida. Bruce ganó tantas partidas de Monopoly con este método que lo empezaron a apodar el rey de la comida basura. Pero este sobrenombre solo duró hasta que Bruce, que también poseía talento para inventar apodos, se sacó de la manga uno para él mismo: el 'Boss'".

El libro parece una novela. Escrito con una asombrosa capacidad para evocar atmósferas y tiempos pasados mejores o peores, no solo rastrea la vida de Bruce, sino los paisajes donde se desarrolló. El autor, que arranca con un episodio trágico de los Springsteen, es capaz de describir al bebé Bruce en la cuna y enlazarlo hábilmente con la historia de sus antepasados. Historias en la gran Historia de EE UU. ¿Y cómo era de colegial? Un amigo lo define bien: "Era como el Llanero Solitario. No le importaba lo que la gente pensara". Nos lo creemos. "El carácter extraño y a la vez tozudo de Bruce lo convirtió en un blanco fácil pra las monjas y sus humillaciones casi medievales, así como para sus compañeros de clase, que se mofaban de la desorientación del desventurado chico". Rehuía las peleas. ¿Qué insultaban a su madre? Se encogía de hombros, decía ¡vale! y seguía su camino. Y un día ve a Elvis Presley moviendo la pelvis en la tele. Tenía 8 años y aquella imagen le cambió: "Constituyó una señal innovadora de que podías ser diferente. Era como si estuviera jugando, como un niño al que han seducido para retozar. Parecía muy divertido".

Y "en seguida quiso hacerse con una guitarra". Bruce comenzó su carrera musical con un lastre íntimo: su padre. "Era un tipo maravilloso. Le quería. Lo adoraba. Pero la bebida era un problema. Beberse seis latas de cerveza todas las noches es demasiado". Aquello le marcó, y "la gran ironía era que el pelo largo y la ropa de Bruce no tenían nada que ver con los vicios que se le suponían. Le repugnaba que su padre bebiese y fumase de forma habitual. Bruce cultivó quizá en exceso su autocontrol y no tenía el menor interés en desestabilizarse con drogas, alcohol y anarquía psicosocial. Así que a pesar de que el pelo lo hacía peculiar a los ojos de la generación de sus padres, sus hábitos sobrios e inflexibles también lo separaban de los hippies de mirada confusa entre los que se movía".

El libro ofrece un pormenorizado relato de la trayectoria musical de Bruce, sus primeros pasos, sus fracasos y sus éxitos, sus decepciones y encuentros decisivos, sus rifirrafes y colisiones en el mundo discográfico. Desmenuza cada disco y se demora en 'Born to run', "que estableció un sonido y una identidad lo bastante potentes como para alterar para siempre la percepción de los que lo escucharon, sin importar si les gustó lo que oyeron o no. "Fue el álbum en el que dejé mis definiciones adolescentes de amor y libertad", escribió Bruce, "fue la línea divisoria".

El malhumor de Bruce "empezó al principio de la gira de 'Born to run'. No quería salir al escenario. No importaba cuántas buenas críticas había cosechado 'Born to run', ni la energía desbordante que sintió fluir en las salas de conciertos; la avalancha de publicidad le hacía sentir como si se hubiera convertido en un guiñol. "La gente me percibía como una invención, como un barco que navegaba por ahí". Sentado entre bastidores, intentando concentrarse en la actuación que iba a tener lugar a continuación, Bruce solo sentía desapego. No tenía nada más que decir, nada más que revelar. Ya estaba todo allí, desmenuzado por carroñeros manchados de tinta que asumían que cualquier nota que tocaba había sido creada por otra persona".

Giras, contratos, riñas, triunfos, soledades, afinidades errantes, nuevos desafíos, cambios de rumbo. Bruce era incapaz de quedarse quieto. De conformarse. "Consciente de la relación entre su actividad física en el escenario y la euforia que le entraba cuando estaba en el punto álgido de los conciertos, Bruce empezó a buscar nuevas formas de alcanzar el mismo subidón de endorfinas. Primero se compró una bicicleta y dio con ella largos paseos, por carreteras que le llamaban la atención y que no había explorado nunca, y a menudo terminaba por llamar a casa, a quince o veinte kilómetros de distancia, para decir dónde tenían que recogerle". Y se enamoró de la sala de musculación: "Me gustaban mucho los comportamientos repetitivos sin sentido. ¿Y qué tiene menos sentido que levantar un objeto pesado y luego volver a dejarlo en el mismo sitio? Tenía una cualidad a lo Sísifo que encajaba perfectamente con mi personalidad".

Obsesionado por la autoexploración, llegó a una conclusión: "No puedes saber quién eres si no entiendes de dónde vienes, cuáles fueron las fuerzas que moldearon tu vida de pequeño, de adolescente, de joven. ¿Qué papel te toca desempeñar? ¿Cómo te haces más fuerte y luchas por ti mismo?". Bruce descubrió "cómo hacerse oír la primera vez que subió a un escenario guitarra en mano. Se había abierto camino desde la invisibilidad social de su infancia en Feehold a la popularidad local, luego a la regional y de ahí al estrellato del rock and roll. 'Born to run' y después 'The river' hicieron de él un icono cultural y tenía un nuevo disco que estaba seguro que lo iba a hacer aún más visible y notorio en la consciencia pública. Sentía que tenía la oportunidad de causar un impacto más allá de las listas de éxitos, de las páginas de "Rolling Stone" y de las salas de conciertos. Podía representar otro tipo de rostro estadounidense: el de aquellos que habían ido a la guerra, que habían sacrificado su salud y su cordura y que fueron ignorados cuando volvieron a casa; el de los trabajadores que se entregaban a empleos vitales a los que no se daba importancia.