Nueve de la mañana, suena un insufrible tono de un móvil acertadamente compuesto para tal labor, taladrador de tímpanos cacofónicamente perfecto. Hace exactamente dos horas que le presente mis credenciales de extenuación a la almohada, viaje de ida y vuelta a Granada incluido, dos horas de rock en la Sala Buga Club con Fernando Martín y la Southern Comfort, sudor, cerveza, risas y un disfrute escénico que sube el listón de esta locura sureña. Sentado en la cama un dolor agudo en el vientre me recuerda que el suculento kebab que devoré como el que bebe agua en un oasis después del concierto, se está ensañando con mi estómago como un Iván Drago ofuscado en salsa de yogur.

Hoy tengo un día duro, en diez minutos tengo que estar trajeado y compuesto en la comunión de mis sobrinos, convite ligero y salir zumbando para Jaén con la obra de teatro El Resto De La Memoria, todo fríamente calculado para que cumplir los tiempos y poder estar en los dos sitios contentando a ambas partes sin sacrificar a unos ni otros. Pero como no, otro golpe directo al estómago, pero esta vez las delicias turcas no tendrían nada que ver, el conductor y amigo que me iba a llevar a Jaén tiene a su madre enferma, yo atontado por la falta de sueño le digo que por que no me avisa antes, como si la enfermedad se pudiera marcar en la agenda. El portero suena, la familia espera, mi estómago quiere matarme y no tengo ni la más remota idea de cómo llegar a El Pozo del Alcón.

Me visto como puedo con un traje digno de Los Soprano, patillas infinitas y gafas de sol soldadas a mi cara, que hacen las delicias de los presentes, como un anticristo con ardores me siento en la bancada. El cura me mira ,como si de un momento a otro me fuera a sacar el tridente y tocar In a Gadda Da Vida en el órgano. Mientras tanto sigo con una mano sostengo a mi sobrina y con la otra manejo el teléfono con la torpeza de dos horas de sueño y una ansiedad por no saber que hacer. Pepe Blanco, guitarrista amigo, me informa de horarios de trenes, tengo justo media hora para llegar a la estación y meterme en el tren para Córdoba, hacer trasbordo para Jaén y recogida en la estación, eso si, cargado de guitarras, cables, maleta, torpeza, dolor de estómago y una familia perpleja por la espantá zurda.

Una vez en el tren todo parecía ir rodado, tras el trasbordo llegue a Jaén donde me esperaba Valero, técnico de la obra, para llevarme al pueblo, yo pensaba que estaríamos cerca, pero el redoble de la pierna que divisaba de lejos me hacía sospechar que no. Efectivamente el pueblo estaba a hora y media por carreteras secundarias dignas de el Chupacabras, la niña de la curva y el Sacamantecas.

Haciendo puro rally con el estómago casi en la guantera, llegamos quince minutos antes de empezar la actuación, en un estado deplorable, comienza la función y todo los dolores, cansancio, nervios, desaparecen.

Muchas veces no echas cuenta del tiempo que estás fuera de casa, apartado de la familia, como una cosa normal, mi padre cumplió ese mismo día setenta y seis años, mis dos sobrinos se quedaron sin su tito preferido, mis hermanos me echaron en falta, por cumplir los compromisos con tu otra familia, la artística, tu música preferida no se hace sola, el teatro no lo hacen robots, ni los libros se escriben solos, detrás de todo está el sacrifico de una gente maravillosa, que hacen de su pasión su vida, bendita locura.