José Ovejero es un habitual recolector de premios literarios, el último en su morral es el Alfaguara gracias a 'La invención del amor', una novela que se pregunta si el amor empieza o acaba cuando se deja de fingir.

¿Somos una generación tan vacía que necesitamos inventarnos otras vidas propias, como el protagonista de su novela?

Todos tenemos algún momento en que pensamos que hubiéramos querido ser otra cosa y ahí es fácil la tentación de querer inventarse otra vida: ya sea cambiando o suplantando a otro, como Samuel.Tengo dudas de si la novela es sobre el amor o la mentira, o sobre ambas cosas porque son lo mismo.

Están estrechamente relacionadas, porque el amor es una ficción: cuando nos enamoramos no

conocemos al otro, proyectamos sobre él nuestras fantasías y frustraciones y, además, le ofrecemos una versión muy mejorada de nosotros para seducirlo. La convivencia es un ajuste a la realidad, que no es resignación, sino asumir que el ideal no existe.

¿Si el amor empieza con una ficción, acaba cuando no importa que el otro descubra lo más íntimo de ti, lo más real, como las rutinas en el retrete?

La realidad absoluta no existe. Vivimos con ficciones todo el tiempo y nos engañamos todo el tiempo sobre quiénes somos, qué podemos hacer o de qué somos culpables. La pregunta que plantea el libro es esa: si termina el amor cuando el otro es una realidad para ti y ya no es perfecto o empieza ahí. Es una incógnita que no despejo. Que cada uno decida.

Los personajes principales de la novela viven con pocos agobios económicos. ¿Le gusta la literatura pegada al devenir histórico o cree que ha de tener miras más altas para perdurar?

En mis novelas el contexto social está muy presente, pero no tengo que mirar siempre la realidad desde el punto de vista del desfavorecido, que puede volverse moralizante o sensiblero. Aquí están, pero en el ambiente de desencanto y de no esperar gran cosa del futuro, aunque la historia no sea sobre la crisis o la España actual.

Es una historia en primera persona, algo que cada día es más raro ante el peso de una literatura neodecimonónica.

La literatura es un cajón enorme donde caben muchas cosas. Es verdad que los best sellers son últimamente muy decimonónicos, en muchos sentidos, pero también está la autoficción, quienes escriben desde la cercanía del yo narrativo al yo del autor. Yo no hago eso, no soy Samuel. Creo que lo más curioso de la novela es que está narrada en presente. No fue deliberado, pero genera gran tensión, como una película, en la que acompañas al personaje con una sensación continua de catástrofe inminente.

¿Ese cajón amplio que es la literatura se ha banalizado o nos hemos banalizado los lectores?

La literatura siempre ha sido banal, al menos la que más vende. Los libros más vendidos en el siglo XVII eran ensayos sobre jardinería o de recetas amorosas. Tenemos la impresión de que es nuestro siglo el banal, pero los banales somos los humanos. Por suerte hay escritores que pretenden ir un poco más lejos.

¿Y que están condenados a la minoría?

La gran mayoría están condenados a la minoría, pero de pronto García Márquez, Borges o Cortázar son best sellers. Tampoco pasa nada por ser minoritario. No necesitas llegar a millones: en el cine más, pero en la literatura, que cuesta poco de producir, no necesitas 200.000 lectores.

¿Escribir sin premio es cada vez más tarea de locos?

En el sentido de que, salvo unos pocos, casi nadie vive de la literatura en España. Los premios son como una especie de beca que, de no tenerla, la mayoría tendríamos que trabajar en otras cosas, que tampoco es un desastre. Yo lo he hecho hasta que me cansé. Lo que habría que conseguir es que los premios tuvieran algo más de prestigio: antes tenían más valor normativo; hoy, viendo que algunos se dan no por el libro, sino porque el autor vende…

¿Un rasgo de esta sociedad es vivir en la infancia emocional hasta la vejez, como su protagonista?

A menudo esa infancia consiste en no querer ser responsable de quién eres y culpar a tus padres o la sociedad. Lo infantil es negar la propia responsabilidad, que es algo que hacemos continuamente, por ejemplo con los políticos. ¿No los hemos votado, salimos a la calle acaso a defender lo que pensamos? Son siempre los otros los culpables y eso es la infancia.