Picasso en una "juerga flamenca", fumando, con una paloma, bajo la enamorada mirada de Jacqueline Rocque o con sus hijos Claude y Paloma. Son algunas de las fotografías reunidas en la exposición "Picasso, mon ami", que resume los últimos 20 años de la vida del genial artista bajo el objetivo de Lucien Clergue.

Con una mezcla de acento francés y andaluz -aprendió español en Coria del Río (Sevilla)-, Clergue (Arles, 1934) ha presentado hoy su primera exposición en Madrid, en el Instituto Francés y en el marco de PHotoEspaña, y revelado algunos secretos de su amistad con el pintor malagueño, al que le unían el amor a los toros y al flamenco, y el horror de la guerra.

El fotógrafo galo, presidente de la Academia Francesa de Bellas Artes, conoció a Picasso en 1953 durante una corrida de toros en Arles y le conquistó mostrándole sus imágenes de niños vestidos de saltimbanquis, de las ruinas en las que quedó convertida su ciudad natal tras la II Guerra Mundial y de animales muertos. El pintor tenía 53 años y él, 19.

Pero como le ocurrió en varias de sus relaciones sentimentales, la diferencia de edad no fue un obstáculo para que entablaran una amistad que comenzó a forjarse cuando en 1955 Picasso lo recibió en su casa en Cannes. "Cuando Jacqueline me dijo que quería verme, me eché a llorar. Fue el encuentro que cambió mi vida", recuerda.

Tanto, ha explicado, que Picasso le salvó de la muerte advirtiéndole que fuera al médico, aunque no presentaba ningún síntoma. "Cuando fui, me operaron de urgencia. Muchas gracias, maestro".

Clergue, que admira especialmente el "Guernica", habla de Picasso con emoción, devoción, respeto y cariño, algo que se plasma también en sus fotografías, en blanco y negro y en color. Tuvo la oportunidad de verle trabajar, de compartir jornadas familiares, fiestas flamencas y corridas taurinas; de charlar sobre toros y toreros y sobre España.

"Hubo conservaciones entre Franco y Picasso y estaba muy cerca de regresar a España, pero no sé lo que pasó. Se revelará en el cuarto tomo de la biografía que está escribiendo John Richardson. De España me hablaba de Cataluña, de Barcelona, del portero de su casa, de una prostituta a la que le faltaba una pierna... Cosas surrealistas", ha dicho.

En esos 20 años de relación, "no hubo momentos difíciles con él", ha asegurado a Efe, porque era el propio Picasso quien le pedía que le fotografiara. El pintor fue amigo de fotógrafos como Cartier-Bresson, Doisneau, Brassaï, Villers y Duncan, pero fue especialmente al francés a quien permitió retratarlo al final de su vida.

"Picasso era un misterio: en las fotos solía aparecer triste. Creo que era porque estaba abstraído, pensando en lo que iba a hacer. Se levantaba a las doce, leía los diarios y el correo, comía, se reunía con sus amigos y trabajaba hasta las cuatro de la madrugada. A mí también me pedía que trabajara y en ocho meses hice 360 fotos, fue mucho trabajo", ha comentado.

Y nunca paraba de crear. Clergue ha rememorado que "hacía palomas con los aros de los tapones de las botellas de agua, que regalaba a Jacqueline. Cuando murió, había un mueble lleno de ellas, pero (por los problemas que tuvo la viuda con los herederos por el legado del artista) se las quitaron".

También asegura que, pese a lo que se ha contado, su relación con su segunda y última esposa, Jacqueline Rocque, "fue estupenda, extraordinaria; era la mujer perfecta para él y sólo la ponía furiosa no haber tenido hijos con Pablo".

"Cuando murió Picasso, no lo aceptó. Durmió con su cadáver 15 noches. Empezó a beber y a beber. Cuando volví a verla, cinco años después, aún tenía su pijama en la cama y un libro mío en la mesilla. Me dijo que siempre había estado con ellos. Me enseñó una pistola y me dijo que era para defenderse, pero yo supe que no. Fue la que utilizó para suicidarse", ha referido.

Desde esa cercanía fotografió al genial artista, en momentos íntimos y de trabajo, mostrándolo como "un hombre fuerte, triunfante, vulnerable, tímido, hastiado, goloso, feliz de vivir".