El hombre de acero

Dirección: Zack Snyder Reparto: Henry Cavill, Michael Shannon, Kevin Costner

No se trata de ponerse nostálgicos y reivindicar las excelencias del primer Superman de Richard Donner, hoy viejecito en el plano técnico pero aún intratable en su construcción dramática. No se trata de añorar a Christopher Reeve, actor muy limitado pero que dio a su personaje un toque de humor que lo protegía del riesgo de ser ridículo que siempre acecha a este superhéroe. No se trata de hacer comparaciones ociosas sino de mostrar la decepción que produce este regreso a los orígenes del personaje para convertirlo en un producto embarullado, insípido y por momentos tedioso que concentra el fuego graneado en tres cuartos de hora finales donde se destruye todo lo habido y por haber en un agotador despliegue de efectos especiales con los que mostrar rascacielos derrumbados, casas que explotan y todo tipo de fuegos artificiales al servicio de la nada.

El primer Superman tenía una fuerza extraordinaria porque la película se tomaba su tiempo en humanizar a sus personajes, y en darles un empaque emocional con el que identificarse. En este supermán del talentoso Cristopher Nolan y el gris Zack Snyder no hay identificación alguna con el conflicto del protagonista porque no se han molestado hacerlo creíble, con un carrusel de flashbacks descafeinados y con unos cambios inexplicables, sobre todo en lo que afecta a Lois Lane.

El prólogo podría ir perfectamente en la secuela de Thor cambiando unos personajes por otros. Y es que El hombre de acero entra a saco en la imaginería de las nuevas entregas de superhéroes para coger de aquí y de allá sin preocuparse por la coherencia. Después, la historia se salta a la torera los tiempos de maduración del personaje, y de seducción entre Kent y Lane, porque aquí no hay malentendidos que valgan ni viajecitos románticos ni un Kent despistado que oculta su identidad. El hombre de acero aumenta de interés cuando aparece de nuevo Shannon para lanzar un ultimátum a la tierra, pero el filme se despliega sin garra, como si acumulara minutos porque la superproducción lo exige.