Más raro fue aquel verano que no paró de nevar» decía el flaco de Úbeda. Verano atípico el que nos acoge, haciéndose de rogar como una rock star en camerinos, privándonos de sus terrales y esas fabulosas noches sin pegar ojo con las sábanas amalgamadas a nuestra piel, una pena, si.

Atrás quedan esos domingos encajados en el Seat 127 toda la familia, con el triunvirato musical indispensable en todo coche de la época, Bambino, Los Chichos y los Marismeños, caminito de la playa el Butano, que, ha ciertas horas, tenía más nata que una tarta de La Canasta. Tras un camino cantando a coro Maruja Limón y el gambeteo de la mano de tu padre intentando poner orden a la parte de atrás cargado de niños y abuela, comenzaba el despliegue infinito de medios, las paletas, las tortillas y filetitos en fiambreras metálicas, parchís, dómino, la crema nívea en botes industriales, las cestas de mimbre con el termo para el café de la tarde, el toldo, la mesa que era una trampa mortal para los dedos de cualquiera que se preciara a montarla, los titos, los primos, el recoger chinos de la orilla para echárselo al arroz, y un puñado de coquinas, que bastaba con rascar un poco en la arena húmeda para verlas brotar, ahora rascas en la orilla y con suerte te puedes encontrar un rasca de la once premiado, eso si tu abuela ya estaba sentada en la orilla vigilando la sandia enterrada y protestando por los pelotazos que los niños le daban a una pelota de propaganda de Almacenes la Rosa , que hacía efectos mágicos al darle el patadón, menudos días de verano.

El pistoletazo de salida a todo ese meneo familiar veraniego, lo daban las veladillas de San Juan en los barrios, que todos esperábamos con emoción, los vecinos preparaban las burriquetas y los tablones en las zonas diáfanas de los bloques, adornaban con papelillos y luces de colores, el descampado se llenaba de madera, muebles viejos, palets, que recogíamos por la mañana para quemar el Júa el cual preparaban con ropas viejas de los vecinos y relleno de cualquier clase. Se hacían concurso de disfraces, juegos variados, piñatas, cada uno bajaba lo que podía, había un bidón inmenso de sangría, sillas de playa, todo aquello era maravilloso para unos niños que empezaban a disfrutar de las vacaciones. Se visitaban otras barriadas algunas tenían su orquesta y casi siempre salía algún vecino espontáneo a cantarse su fandango, o le dejaban la oportunidad a los chavales que estaban empezando en el mundillo vigilando el equipo como si fuera oro en paño, y no había ningún tipo de persecución municipal por estar tocando ni nadie murió en el intento, ahora que está tan de moda la persecución febril por seguir sacándole un duro al contribuyente, espero que paguen su cuota de Spotify por que al paso que vamos en esta ciudad gobernada por rock star del postureo cultural, será la única manera de escuchar una banda.

El fuego purificador se llevaba por delante al Júa se pedían deseos y se llevaba por delante las malas vibraciones y las negatividades, algo tendría de cierto por que era unos pocos días del año en que la vecindad parecía una balsa de agua.

Después de ver a los chavales más jóvenes saltar la hoguera volvías a casa con el regalito del concurso de disfraces, cansado de jugar con los amigos y un olorcillo a leña quemada que mientras escribo se me viene a la nariz con una claridad asombrosa, benditos días de verano, despreocupados y felices. «Y nena no sabes que es una lástima que los días no puedan ser como las noches» summer in the city.