Ya sea por la feliz celeridad de nuestro tiempo, donde el aliento de la caducidad siempre está en el cogote; ya sea por el amplio abanico de desajustes e insatisfacciones que impiden concentrar nuestro esfuerzo diluido por la impaciencia de los intereses, sea por lo que sea, reivindicaciones capitales van quedando amontonadas sin resolver en el rincón peor aireado de nuestra conciencia. Y así pasamos a otra cosa como si nuestra dignidad fuera una cadena de montaje.

Las reivindicaciones culturales suelen estar impregnadas de un halo chovinista. Insistimos en hacer bandera de los localismos no yendo mucho más lejos del plastificado documento, y de ahí -si todo marcha mal- a la placa, a la calle y a la fundación, en este orden. Los tres escalones del hartazgo institucional. Málaga ha convertido a Picasso en el símbolo de la ciudad, y le han exprimido todo el filón turístico que pueda tener y más. Qué cosas. En Sevilla, con la fama de localistas que tienen los benditos sevillanos, no han sacado ni la mitad de tajada de Cernuda o Velázquez, y eso no ha significado el olvido en absoluto, más bien todo lo contrario. Es fácil escuchar en tertulias alquímicas que si los franceses lo hacen nosotros no vamos a ser menos, y ahí uno empieza a suplicar compañía a Snowden en sus procedimientos.

Nuestro ejemplo más universal es Cervantes. La manoseada y podrida marca España ha hecho un uso atropellado, torpe y vulgar de uno de los autores más influyentes -si no el que más- de toda la historia de la literatura. Qué podemos esperar. Vivimos en un país mediocre gobernado por una extirpe que exige excelencia educativa desde la más profunda memez; nos tratan como imbéciles en el mejor de los casos, y ahí seguimos esperando a que nos acaricien. También es mediocre Italia, Francia, Alemania o Suecia. Quién no preferiría que le amputasen una pierna antes de pasar dos inviernos a las afueras de Estocolmo, aunque allí Urdangarin no seguiría vestido de impecable lino, y con

chófer. Todo un señor, cómo no.

El paraguas cervantino no cobija a esa marca, y se vuelve del revés cuando en los aniversarios se produce esa lectura atropellada por los mismos que él ya en vida andaba denunciando o despreciando. Algo que ha marcado el devenir de la literatura universal (que ha sido una influencia incuestionable en los últimos seis siglos, desde el Siglo de Oro hasta la generación beat norteamericana), no puede limitarse a algo tan ridículo y paleto.Otro ejemplo mayúsculo y denostado es el de Fernando Arrabal. Entre los analistas de bar se repite el salmo de que en España no se le valora (sólo El Gran Wyoming lo airea un poco), para pasar inmediatamente a reproducir en los móviles la escena del «milenarismo, coño».

Desprecio

España es el país del ninguneo y del desprecio, como ya señaló Fernán Gómez en la excelente película o documental de David Trueba. Sí, somos tan mediocres como el resto, aunque el resto no tenga cosas inextirpables como esa querencia, casi decreto, por lo anglosajón que todavía resiste, aunque la relación con ello no vaya más allá de Muzzy (Big Muzzy). Quién no se iría a Francia. Gracias a ese país hoy podemos reivindicar a Dalí, Sawa, Picasso, o Cortázar, o Vila Matas si me apuran, y Arrabal, claro. Posiblemente si Cervantes no hubiera venido al mundo París no hubiera existido tal cual, y todos esos genios hubieran desarrollado habilidades igualmente magníficas, pero distintas. Autores tan lejanos como Salinger, Roth, Atwood, Dylan o Miller han desarrollado dicha influencia.

Quizás la culpa sea de la dichosa marca por lo que no ha arraigado como debería entre nosotros. Cuánto daño ha hecho a las últimas dos generaciones (contando desde la mía, los ochenta) la influencia norteamericana. A lo beat hay que cogerlo con pinzas y aquí se la ha puesto un cuarto y un servicio completo, y mejor dejarlo ahí y no indagar en otros géneros. No caben aquí Radiohead o Damien Hirst, afortunadamente. Es obvio que se pueden sacar grandes cosas de ahí -no de esto último- pero sin limitarse a ello. Me viene a la cabeza el ejemplo del poeta González Iglesias. El salmantino, poeta con voz personalísima, es capaz de conciliar la tradición grecolatina con el sushi, a Iggy Pop con Homero y llegar a un grado superior. Para eso está la tradición. Ahí reside la verosimilitud cervantina, en la capacidad de eternizar lo efímero, esto ya lo dijo Gasset. Y no tiene placa, ni calle...