La sala de estar de un barrio marginal malagueño. Un televisor gigantesco cuelga de la pared, junto a una foto de comunión. La cocina, una barra americana. Una mesita. Sobre ella, unas llaves, una navaja, un móvil y un cenicero repleto. Detrás de la barra, un cani de unos veinte años, vestido de rapero. En el sofá, un anciano, vestido con un apolillado traje gris marengo y una corbata desgastada. La chaqueta del traje yace, deslavazada, en el sofá.

Cani: ¿Se le pasa el susto, profe?

Maestro: ¿Quién dijo susto?

Cani: Porque las manos le tiemblan un montón...

Maestro: eso son achaques de la edad, imbécil. ¿Siguen esos mangutas ahí abajo?

Cani (mirando por la ventana): hmmm... no parece.

Maestro: Pues me voy. Gracias por todo.

Cani: Si no esos, serán mis colegas. También hay otra pandilla muy simpática a la vuelta de la esquina. Podría incluso mi abuela Eulalia.

Maestro: entonces, estoy en un aprieto.

Cani: Podría llevarle en mi moto. Pero tendría que pagarme la gasolina. Está seca y yo sin un duro.

Maestro: No llevo dinero encima. Ni tarjetas. Es lo que intentaba explicarles a esos chorizos cuando apareciste.

Cani: pues vaya marrón, profe. Esto me pasa por hacerme el héroe.

Maestro: De héroe nada, chaval. Los héroes no piden dinero para combustible.

Cani: ¿Perdone? ¿Quién ha salvado a quién aquí?

Maestro: Mejor me marcho. Te estás poniendo muy nervioso.

Cani: Primero voy a mear

Maestro: ¿Cómo?

Cani: Que voy a hacer pipí. Le acompaño aunque sea en el tren de San Fernando.

Maestro: Ni hablar. Tengo que ir a un sitio...

Cani: ¿No dejan entrar con zapatillas?

Maestro: No sé. Es un acto de esos muy serios...

Cani: ¿le van a dar un premio o algo?

Maestro: Me van a nombrar Hijo Adoptivo de Málaga.

Cani: ¡No me...! Pero ¿usted quién es?

Maestro: No soy nadie. Antonio Soler escribió un artículo sobre mí. Y un ex-alumno mío lo llevó al Ayuntamiento. Y debieron de pensar: «Este tío es importante».

Cani: Pero ¿Qué ha hecho usted? ¿Novelas? ¿Películas?

Maestro: Soy dramaturgo

Cani: Y ¿Eso qué es?

Maestro: he escrito algunas obras de teatro.

Cani: La madre que... y ¿Qué hacía paseando por este barrio?

Maestro (absorto): En mis tiempos, la gente de tu edad vestía pantalones de pana, llevaba melena y barba. Y distribuían copias de mi obra clandestinamente.

Cani: Vaya, que echó a andar pensando en pantalones de pana y se perdió.

Maestro: Iba camino del Ayuntamiento y me dije: prefiero estar en cualquier sitio antes que ahí. Es como una broma, una cosa que los políticos hacen para aparentar. Una broma institucional.

Cani: Bueno, pues el cachondeo va a ser total cuando entre yo con usted en la casona.

Maestro: No lo dirás en serio.

Cani: Por mis muertos.

Maestro: pareces un chaval inteligente ¿Por qué vives aquí?

Cani: Heredé de mi abuelo. Iba al colegio; aguanté hasta los dieciséis y me piré a la obra. Me compré un coche, etc. ¿Ahora? Por las tardes voy al IPFA... echamos el rato fumando porros en la entrada.

Maestro: Un muchachito sin personalidad.

Cani: Un parguela...

Maestro: Este es un país muy infantil. Celebramos la mediocridad y los goles de Ronaldo. Una plasta de cretinos.

Cani: Y ¿cómo debería ser yo entonces, según usted?

Maestro: Pareces un chavea inteligente. En realidad, todos somos inteligentes. Tenemos trillones de neuronas en la mente. ¿Nunca te has planteado ir más allá? ¿De la televisión, los porros y los videojuegos?

Cani: Bueno... Aún cobro el paro. Tengo una casa. Y una novia que no se menea sin pedirme permiso. ¿Y usted?

Maestro: Yo ¿Qué?

Cani: ¿Ha ido más allá?

Maestro: ¿Más allá de dónde?

Cani: No sé. De usted mismo. ¿Ha llegado a este barrio por casualidad o no?

Maestro: Supongo que estaba huyendo

Cani: ¿De qué?

Maestro: De la destrucción. Supongo que me tocaba narrar el fin de todo lo que era importante para mí. Pues bien, me niego a hacerlo.

Cani: Ahí, con un par.

Maestro: Eres un buen chaval. Pero tengo que irme. Nos hemos escuchado el uno al otro. Y ahora hay que correr el telón. Me esperan los aplausos. O tus colegas. Espero que a ti, algo más. Cuando pongas gasolina.

El Maestro sale al pasillo a toda velocidad. Ha olvidado su chaqueta. El Cani piensa, por un momento, en avisarle. No lo hace. Como una prenda de amor, espera que sea motivo suficiente para hacer que ese viejo amargado regrese. Algún día.