Qué es el hogar. Qué hace que un espacio o lugar, antaño desnudo y desprovisto de nuestra huella, de la sombra de una parte del camino que emprendemos en la vida, sea definido como hogar. Ya, en mi infancia, sentía una especial preocupación por este concepto. Me quedaba mirando al techo, con los talones apoyados sobre el papel pintado de la pared de mi cuarto, pensando en esa casa, en la unión que se había entablado entre nosotras. Miraba a mi perra con la misma extrañeza con la que ella observaba mi postura. ¿Sentiría mi casa la misma calidez al ser habitada? ¿Se sentiría tan protegida y querida? Ello me preocupaba, eso sí, con la inquietud propia de una niña, con la ligereza que adquiere una preocupación a esos años.

Hoy en día, toda reflexión en torno al hogar me sigue despertando curiosidad. ¿Por qué denominar a la vivienda de mis padres, «mi casa», con la perpetuidad que ello encierra? ¿Acaso una parte de mí quedó allí para siempre? ¿Acaso habita allí otra Yo distinta de aquello que soy en la actualidad? Seguramente ambas preguntas inspiren respuestas similares. Una parte de nosotros se queda por siempre en el lugar que calibró nuestra identidad y, al mismo tiempo, esa parte de nosotros habita por siempre entre las paredes del hogar materno y paterno. Vamos acumulando formas de ser ligadas al espacio que habitamos y que, en cierto modo, nos habita. A pesar de los objetos que nos acompañan desde entonces -incluso ellos no son los mismos-, que suman su carácter y razón de ser a nuestra personalidad, el objeto se adapta al lugar que le concede utilidad, que le proporciona su identidad. El todo, el sumatorio, queda reducido así al calor de un hogar.

Ahora que me encuentro inmersa en una nueva mudanza, en la tarea íntima y doméstica de recoger aquello que me ha acompañado, encuentro fragmentos, reflejos de mí, hallo el eco en los libros, algunos se quedarán por siempre en una caja de mudanza, otros todavía estarán vinculados a la persona que soy. Pero, ¿y el hogar? ¿Dónde está ahora mi patria, mi hogar? En construcción. Está por cocer, se intuye entre las sombras del vacío, en la tristeza de unas paredes que han visto crecer y amar y luchar a otros y que, dentro de unos años, nos verán partir siendo otros y esperarán, con esa alegría propia de la melancolía, la llegada de otros seres humanos con capacidad para hacer de ese espacio, un hogar.