Estaba en una playa leyendo un periódico y le vino a la mente su primera novela. Ahí comenzó una carrera literaria y un idilio con millones de lectores en todo el mundo. Julia Navarro (Madrid, 1953) presenta estos días en nuestro país su quinta novela, Dispara, yo ya estoy muerto, la historia de una amistad que traspasa patrias y generaciones, y que la confirma como una de las escritoras que más y mejor engancha con su público

Tres años años y medio de intenso trabajo... ¿Contenta con el resultado?

Mucho. Ha sido la novela que más me ha costado, la más difícil, porque es un libro de personajes y he tenido que ser muy constante, pero la acogida ha sido estupenda, a pesar del momento de crisis tremenda que estamos viviendo... me considero una afortunada.

Ha insistido mucho en que, a pesar de haber situado la historia en Israel, tanto el contexto como el escenario son puros «paisajes», pero vaya paisajes...

En esta ocasión no quería hacer una novela política ni histórica; sí es cierto que sitúo a los personajes en un escenario muy duro, pero es una novela en la que quería tratar el tema de cómo las circunstancias marcan la vida de los hombres. Todos llegamos al mundo con una mochila cargada de cosas que no hemos elegido, el momento histórico, geográfico y socioeconómico, por nuestra familia, y debemos caminar con ella y a partir de ella construir nuestra vida. A veces es un carga pesada. Es una novela sobre la lucha para construir nuestra vida como queremos que sea.

Porque, a pesar del destino, podemos luchar por cambiar esas circunstancias, ¿no?

El hombre es libre y puede cambiar el rumbo de su vida, pero a veces no es nada fácil.

La historia se centra en la amistad entre un árabe y un judio...

Es la historia de dos sagas y comienza en 1880, cuando los zares echaron a los judíos de Rusia, y termina en 1948, cuando se crea el estado de Israel. Quería finalizarla ahí para que no fuera sobre el conflicto posterior, sino sobre el conflicto de los propios personajes. El telón de fondo es importante, porque abarca desde las dos guerras mundiales hasta la revolución de los árabes contra el imperio turco... Pero tan sólo son escenarios por los que se mueven mis personajes y en ellos prima, sobre todas las cosas, la fuerza para no conformarse.

Y hoy en día, ¿somos demasiado conformistas?

Creo que cada uno hace lo que puede, no a todo el mundo le puedes pedir que sea un héroe... pero, en la medida en que podemos, todos luchamos por una vida mejor. En estos momentos parecería que nos hemos sumido en una depresión y que nos falta esperanza para decir que podemos cambiar las cosas y, aún así, ves a colectivos, a médicos o profesores, por ejemplo, movilizándose, dando un paso al frente por aquello en lo que creen.

Dicen que es su novela más dura.

Me lo dicen los lectores, que es durísima. Yo quería contar una historia, pero también hacer reflexionar. Una lectora me comentó que había pasado tres noches llorando, pero que no pudo dejar de leerla. Parece que toca el corazón.

Debe de ser un orgullo ver que conmueve hasta ese punto.

Como decía, quería hacer reflexionar, que sirviera para analizar cómo las decisiones que toman los poderosos afectan a la vida cotidiana. El conflicto entre Israel y Palestina nace en la Primera Guerra Mundial y hoy sigue ahí afectando al día a día de mucha gente.

¿Qué es el éxito?

No lo sé. Nunca me lo planteo. He tenido la suerte de conectar con los lectores, de que mi trabajo tenga un eco en su mirada. En cada libro empiezas de cero, porque da igual si les gustó o no el anterior.

Usted, que tiene millones de lectores, ¿qué opina de los informes que dicen que en España no se lee o que fallamos en comprensión lectora?

Es evidente que algo se ha hecho mal; no entiendo, por ejemplo, que no haya una clase de lectura en los colegios y que no se enseñe a los niños que abrir un libro es como entrar en un mundo fantástico y no es una losa. Hay que recapacitar sobre ello, porque sí es cierto que hay gente que crece y no comprende lo que lee o que no ha cogido la afición por la lectura.

Ha comentado que en la sociedad hay una gran falta de diálogo. ¿Debería empezar en la familia?

Bueno, las cosas han cambiado y la relación entre padres e hijos, en mi opinión, es ahora más sincera y abierta. Las nuevas generaciones no se conforman con el porque lo digo yo y se ha evolucionado. Pero sí es cierto que en la vida cotidiana nos cuesta mucho empatizar con la gente que no piensa como nosotros. Debemos hacer el esfuerzo de escuchar. Sólo el intento de escuchar a los demás ya acerca posturas. Yo creo en el diálogo.

En política todavía se escuchan menos...

Cuando comencé muy joven a cubrir las crónicas del Parlamento ya entonces me di cuenta de que aquello era un diálogo de sordos... A mí me superan las posturas que tienen que ser blancas o negras. Lo que me preocupa es que están desapareciendo dos generaciones. Los jóvenes, que tienen que emigrar o quedarse en España con sueldos miserables, y las personas de 50 años, que a pesar de su constancia y su experiencia están perdiendo sus trabajos. Si un país no sabe aprovechar la fuerza de los jóvenes y el conocimiento de los mayores, no tiene salida. Pero no hablo de política, hablo en general. Mi novela rompe una lanza para acabar con los prejuicios, por escucharnos y por aquellos que hacen un esfuerzo por construir una amistad sólida.