Desde el mismo día de su inauguración, hoy hace diez años, muchas esperanzas, a veces quizás demasiadas, han sido depositadas en el Museo Picasso Málaga. La repetición hasta la saciedad -más gráficamente, ad nauseam- de titulares como «Málaga entra en el siglo XXI gracias a la pinacoteca» le otorgaban al museo una responsabilidad excesiva: no, ni es su función ni está dentro de su capacidad el poder educar en todos los ismos a los ciudadanos malagueños que hasta hace no demasiados años casi sólo contemplaban marinas o bodegones en sus galerías.

Las previsiones, quizás demasiado optimistas, no se han cumplido aunque tampoco están tan lejos de la realidad: la Consejería de Cultura pronosticaba que el Museo Picasso Málaga sería visitado por entre 400.000 y 700.000 personas al año; el número de tickets despachados llegó en 2011 a su everest particular, 391.000, mientras que en el ejercicio pasado, el correspondiente a 2012, se situó en 381.000, una bajada del 2% de visitantes que, según los expertos, corresponde a las fluctuaciones normales en este tipo de estadísticas. En términos absolutos, casi cuatro millones de personas se han acercado a la pinacoteca, convertida, por tanto, en un eje imprescindible del plan estratégico cultural de nuestra autonomía.

Un estudio de Fundación Ciedes y Analistas Económicos cifraba en 30 millones de euros el impacto económico anual del Museo Picasso Málaga en nuestra ciudad. Una cifra que no ha sido ni confirmada ni desmentida por las fuentes oficiales, por la realidad, pero que no parece muy plausible, habida cuenta de que el citado informe también preveía que visitarían la pinacoteca 1,4 millones de personas cada temporada. Aportamos estas cifras como muestra de cómo se exageró el boom picassiano, de cómo se pudo utilizar de manera aviesa sin duda un hecho necesario, la apertura del museo.

El problema, el verdadero problema es que en este regreso artístico y sentimental de Pablo Ruiz Picasso a su tierra natal parece que el interés de sus paisanos es bastante relativo. Entre el 60 y el 70 por ciento de los visitantes al Museo Picasso Málaga son extranjeros; del resto, la mitad son malagueños. Quizás tuviera razón el artista Pepe Bornoy en las líneas que escribió en La Opinión de Málaga a propósito de la inauguración del MPM: «Ahora, desde hace unos años, de repente surge y se desata la pasión por Picasso. Los políticos se erigen en los dueños absolutos de su gestión cultural y todos quieren ponerle la guinda al pastel con regocijo de intelecto. Así, de pronto brota el amor hacia la obra picassiana [...] Casi todo suena a apresurado y falso, como metido en una botella por el embudo ciego de una vulgar ignorancia supina, La fiebre Picasso en Málaga se crea de repente, por generación espontánea, igual que los hongos [...] El apego y el conocimiento de la obra picassiana, que me lo cuenten».

¿Ha sido el impacto del Museo Picasso en esta primera década de existencia más ciudadano que económico, como sería deseable? ¿En qué ha revertido en la ciudad, en los ciudadanos, más allá de en un puñado de exposiciones pulcramente diseñadas, de un valor supremo y apoyado en un trabajo de excelencia? ¿Queda algo más que una serie de catálogos primorosos y unas citas para el regocijo de la élite cultural y política de nuestra comunidad? Es un debate interesante: recordemos que el Museo Picasso Málaga es una aventura público-privada, o sea que en parte lo pagamos entre todos, por lo que buena parte de la inversión que en él realizamos es de nuestra absoluta incumbencia. En mi opinión, el problema no es de la pinacoteca: dicho sea de otro modo, ese aura pija, de cierto elitismo que rodea a todo lo que organiza el museo picassiano deriva del propia complejo de inferioridad -seguramente motivado- de los malagueños en cuestiones culturales; como cuando un malagueño conversa con un madrileño y le dice «finolis» por pronunciar todas las eses y no comerse demasiadas letras. Quizás los malagueños hayan mirado con demasiado respeto y demasiado poca curiosidad -interés- al Museo Picasso Málaga; quizás tengamos que esperar a que las generaciones que han nacido con la pinacoteca abierta, que han podido disfrutar de los talleres infantiles, que no habían tenido que imaginar cómo sería ver un matisse sino que lo han podido tener cerca, en pleno centro de su ciudad, en una exposición; quizás, insisto, haya que esperar a que estos futuros malagueños rijan nuestros destinos cívicos y culturales para que, de una vez por todas, la ciudad aproveche lo mucho y bueno que tiene su gran museo.

De alguna manera, el Museo Picasso Málaga nos ha enseñado el camino por el que hay que transitar hacia el futuro, y eso es algo que, siempre, en su primera fase -y, no lo duden, un museo o cualquier iniciativa cultural que cumple diez años es joven, muy joven todavía- comporta desnudarnos, ponernos delante del espejo y fijarnos, sobre todo, en nuestros defectos y carencias.

Porque necesitamos tiempo para que la ciudad evalúe las bondades del Museo Picasso Málaga, sobre toto, porque las cosas de la cultura no son matematizables ni medibles científicamente. Mi opinión, en este sentido, es optimista: insisto, un chaval acostumbrado a tener arte, gran arte, en su ciudad se acercará sin complejos a la creación o a la contemplación artística. Cuando nuestros futuros artistas de renombre recuerden que se contagiaron de la pasión pictórica al contemplar Olga Kokhlova con mantilla en el MPM o cuando los malagueños de a pie empiecen a visitar habitualmente exposiciones -no las de sus amigos y conocidos: eso no cuenta- porque, tiempo ha, descubrieron a tipos geniales como Kippenberger que les rompieron sus esquemas y preconceptos del arte... Cuando eso ocurra, el Museo Picasso Málaga será el verdadero dinamizador cultural que se nos prometió desde las campañas políticas. Así que, como casi todo en esta vida, que rentabilicemos la inversión en el Museo Picasso Málaga depende de nosotros, no de nadie más. Depende de una ciudad donde nació un genio del siglo XX y que ahora, sí, diez años después de la inauguración de la pinacoteca, es cuando debe estar a la altura de las circunstancias. Picasso no eligió nacer en Málaga, pero Málaga sí eligió tener el Museo Picasso Málaga.