Los turistas posan bajo el letrero del Museo Picasso Málaga. Quienes entran, o los que pasaban por allí, se llevan la imagen bajo la firma del famoso pintor. Picasso es un gran nombre. Un magnífico reclamo. Un gran edificio con unos pobres fondos; aquí tenemos sólo lo que los herederos del artista no habían colocado aún en el resto de museos. Malos augurios para un gran proyecto que sólo tiene diez años. Poco tiempo.

El Picasso de nuestra ciudad es un museo joven, pero que ha sabido crecer con eficacia y profesionalidad. No se trata solo de un espacio donde almacenar obra. Ni de un decorado para turistas. Gracias a la dirección artística de José Lebrero ofrece exposiciones imprescindibles, de cuidado diseño y atención a los detalles, ya no en exclusiva centradas en la figura que le da nombre. Desarrolla también una importante labor docente, tanto a través de su magnífico departamento pedagógico, (me gustaría resaltar su experiencia con grupos de necesidades especiales), como mediante los talleres y seminarios que allí se realizan. Siempre solicito la visita guiada cuando voy con mis estudiantes. Por desgracia, a principios de año comenzaron a cobrarse, pese a los acuerdos que el museo tiene con la Universidad de Málaga. Comenté este hecho con el director cuando fuimos a ver la exposición de Dennis Hopper, y él mismo junto a la comisaria de la muestra se ofrecieron a realizar una introducción, de casi una hora para los estudiantes de Bellas Artes, y tras la visita estuvieron de nuevo a nuestra disposición para consultas y preguntas técnicas. Ofrecieron su conocimiento y experiencia, pero también estaban interesados en la recepción de la muestra, en especial en la opinión de los jóvenes. Comento esta anécdota porque creo que ilustra la pasión por el arte y su comunicación de todo un equipo que trabaja de cara a la ciudad, que no sólo busca llenar la caja con el dinero de los cruceristas, como otro museo reciente de gran nombre y poco brillo.

Es también un espacio de ocio y entretenimiento para música y poesía. Un sitio magnífico donde pasar unas horas, no sólo en la cola que se forma a su puerta durante la Noche en Blanco. El malagueño es callejero y hedonista, pero aunque está orgulloso del museo, y es una apuesta firme que recomienda a cualquiera que visite la ciudad, son pocos los que asisten de forma asidua. Quizás por eso los artistas abandonan la ciudad. Lo hizo Pablo Ruiz Picasso en su juventud y lo siguen haciendo los jóvenes de hoy. No es suficiente con tener un buen museo. Hay que tener también un buen público.

*Blanca Montalvo es profesora de la Facultad de Bellas Artes de Málaga