El pasado viernes, 8 de noviembre, Lola López Mondéjar visitó Málaga para presentar su última novela, La primera vez que no te quiero (Siruela, 2013), un título que cuenta lo que le sucedió a una generación de españolas al tiempo que ofrece una visión, tan personal como evocadora, de la juventud, de su concepto y cartografía emocional. López Mondéjar es el tipo de autora que a una le hace pensar, tras cada lectura de alguno de sus títulos, por qué la gente no se echa a la calle a comprar sus libros a granel, especialmente, tras comprobar que una generación de españolas se ha dejado cautivar por libros de tan dudosa credibilidad como Cincuenta sombras de Grey. Esta murciana de aliento incesante, mirada honesta e inteligencia tan sensible como su palabra, ofrece, en cada ensayo, conjunto de relatos o novela, una manera de observar la vida, le descubre al lector nuevos horizontes por los que nuestra inquietud -o nuestra certeza ante temas fundamentales para la condición humana- puede llegar a transitar. Su literatura echa raíces en quien la recibe y su impronta se presenta tan necesaria como urgente.

Durante la presentación de la mencionada novela, López Mondéjar dijo tanto y tan bien que los allí reunidos quedamos fascinados por la facilidad de palabra, por el trato afable del hecho literario, pero sobre todo, por esa manera tan especial de hablar de conceptos que nos atañen a todos, a los que leen y a los que no. Uno de esos temas fascinantes que la autora murciana diseccionó con maestría fue le asunto de la memoria, mejor dicho, la relación entre la necesidad de crear -escribir- y la memoria. La autora de Lazos de sangre (Páginas de espuma) se presentó como escritora porque la experiencia de la vida es un animal difícil y áspero que nos arrastra y lleva, que nos convierte, en ocasiones, en lo que no queremos ser. Mondéjar ejemplificó el hecho literario a través de la memoria, a través de la verdad narrativa y la verdad biográfica, siendo la primera aquellos recuerdos que cada persona alimenta y crea para sentirse refugiado ante la propia intemperie de la vida, y la segunda aquello que vamos acumulando conforme la realidad acontece, conforme la vida pasa. Una suerte de contraste entre el ser y el estar.

Escribir para salvarnos. Escribir para ser. Para estar de otra forma en el mundo. Para poder nombrar el dolor. Para reconocerlo. Para gozar. Para luchar. Todo esto y más concede el ejercicio de la palabra, y sin duda, la literatura de López Mondéjar nos permite seguir creyendo en ello. En esa verdad narrativa que todos llevamos dentro y alimentamos.