¿De qué manera había que encarar el personaje de Bruto?

Para mí, lo interesante de Bruto es el conflicto interno que tiene: un hombre íntegro que sacrifica una parte personal en aras del bien común. Un personaje que responde al paradigma del héroe trágico. Es el único de los conspiradores en la muerte de Julio César que obra pensando en el bien de todos. Los otros ostentan intenciones más personales. En mi caso, he tratado de representar a un ser humano, a un Bruto con sus mezquindades y virtudes.

¿Interpreta usted a un personaje que precisa de cierta revisión histórica?

Sí. En la obra se plantea también eso. Hay que revisar de qué manera se enseña la historia en las escuelas. Creo que es más interesante presentársela a los chavales de manera más aséptica para que juzguen por sí mismos, igual que hacemos en el teatro. En el escenario, planteamos los hechos tal cual y dejamos una pregunta en el aire: ¿el apuñalamiento de Julio César fue un magnicidio o un tiranicidio? ¿Era César un tirano o un hombre justo? Entre el público, ha habido opiniones de todo tipo: gente que cree que se asesinó al emperador, un tipo justo; y otra gente que cree que se acabó con un tirano.

A pesar de ser una historia de la Antigua Roma, Paco Azorín ha decidido despojarla de referentes históricos. ¿Tenían en mente a algún Julio César contemporáneo?

Es una obra que se escribió hace 400 años sobre algo que sucedió hace dos mil años, pero que parece que podría haberse escrito hace una semana y en un país cercano al nuestro. La obra es atemporal: trata sobre la imposible relación entre el ser humano con el poder, la corrupción y el tráfico de influencias. De ahí la genialidad de Shakespeare y su contemporaneidad. Durante la preparación de la obra, es cierto que hablamos mucho de Hugo Chávez. Para mucha gente fue un dictador, pero fue elegido democráticamente en unas elecciones. Pese a ello, tenía actitudes tiránicas. También se pueden establecer paralelismos con la caída de Saddam Hussein o Gadaffi, que están muy vigentes aún en la memoria colectiva. Cuando sus detractores los tuvieron a mano, los lincharon. La historia nos habla de todo esto, pero no aprendemos de ella. Probablemente no tenemos memoria suficiente y por eso todo vuelve a repetirse.

¿El peor enemigo de un pueblo corrupto es un pueblo culto?

La cultura es precisamente un arma de destrucción de tiranos. La cultura habla de lo que somos, de nuestra idiosincrasia, pero, sobre todo, la cultura es memoria, y cuanta más cultura tengamos más memoria tendremos para no repetir según qué errores. Por eso estoy muy en contra de levantar barreras, como impuestos o IVAs excesivos, entre la cultura y el pueblo. Ahora la quieren convertir en un objeto de lujo, un privilegio. Están apagando una llama que se está quedando sin oxígeno. La cultura se está quedando sin ningún aliciente o incentivo y, según la Constitución, el Estado debe garantizar el acceso a la misma. Si dicen que hay que defender la Constitución porque España se fracciona por todas partes, hay que pedir que estos mismos que se llenan la boca con ella la respeten y la cumplan porque la han mancillado por todas partes: vivienda, sanidad, educación públicas... Está claro que éste es el gobierno más anticonstitucional que ha existido jamás porque se están cargando todo lo público y porque prometieron en las elecciones un programa que después se dedicaron a negarlo aplicando justo lo opuesto punto por punto. Algo que es ilegal, anticonstitucional, y que debería ser penado.

Una de las últimas cintas en que le vimos es After. ¿No echa de menos aquella época en que se podía hacer cine en España?

Sí. Ahora mismo llevamos dos años intentando levantar un proyecto que yo dirigiré, mi segunda película. Hemos encontrado una vía de financiación a través de mercados internacionales y con una productora de aquí. Nos hemos olvidado de España, en efecto. Aquí no se puede producir. La idea es rodar una parte en nuestro país y otra fuera. Seguramente, la película terminará siendo una coproducción con Francia, un país en el que el IVA al cine acaba de reducirse al 5%. Este verano participé en una película y me di cuenta de que se me había olvidado rodar en 35 milímetros y que allí no piden perdón por hacer su trabajo.

¿Tiene la sensación de que están pagando el precio del «no a la guerra»?

Sí. Hay una cuenta pendiente que estamos pagando. El 90 por ciento de nuestra profesión está en el paro y se nos acusa de algo que el 80 por ciento de la población no quería: la guerra de Irak. Asimismo, están en contra de nosotros porque la cultura goza de popularidad y del cariño de mucha gente. Muchas personas quieren congraciar con nosotros por eso mismo. Wert también quiso hacerlo cuando estrenamos en Mérida. Él quería entrar con un fotógrafo en el camerino y encima antes de la función. Le negamos la entrada. Entonces, se sentó en el patio de butacas y empezaron a abuchearle. Fue impresionante. El discurso de Bruto tomó mucho significado delante del ministro.

Por cierto, ¿cuál ha sido el ministro más bruto de 2013?

Está difícil elegir uno. Etimológicamente hablando, brutos hay muchos: Ana Botella, Fátima Báñez, Wert, Gallardón... Es que esta gente es la parada de los monstruos. De Guindos es el que me parece más profesional, un tecnócrata. Se ciñe a lo suyo. Montoro está lleno de bilis por todas partes. Para mí no se salva ninguno.

Siguiendo con el titular de moda, ¿le da asco ser español?

Me da asco cuando nos refugiamos detrás de banderas, himnos, credos y de cosas presuntamente intocables. Creo que se han manipulado un poco las palabras de Albert Pla y Joaquín Sabina, pero esta España yo tampoco la quiero. Esto de ahora me da mucho asco e impotencia. Y me produce dolor. Tengo un hijo y me fastidia ver el país donde vivimos.

Si Julio César es el retrato de aquella Roma, ¿qué es La gran belleza de Sorrentino?

El retrato de la caída del Imperio. De la decadencia de una Europa. Es una película impresionante en la que se reflexiona sobre el vacío existencial después de tenerlo todo en este sistema en el que hemos vivido. Comprendo que haya gente que no entienda la película, pero conozco a gente así. Sobre todo dentro del ambiente artístico y cultural, pues nos movemos en los márgenes de la opulencia y la precariedad. Un día estamos en una alfombra roja y al siguiente sirviendo copas en un bar. Hay una fuerte sensación de que todo es un fake y por eso mucha gente no adquiere un compromiso fuerte con la vida: no se casa, no tiene hijos. Hay mucha gente de vuelta de todo que ha perdido la capacidad de sorpresa. Es algo triste también.