Tan sólo basta echar un vistazo a las listas de los más vendidos -Belén Esteban y Paquirrín coronando en libros y discos- para darse cuenta de que estamos pasando por uno de los picos más altos de mediocridad y maltrato a la cultura en nuestro país. Y el usar y tirar de los concursos de gorgoritos donde solo hacen darle vueltas y vueltas a los temas de siempre con distintas gargantas y si hay suerte, gira y olvido. Hoy más que nunca se puede contemplar que ni el esfuerzo ni el arte de verdad están recompensados. En estos casos, como decía mi gran amigo Vicente Gálvez, «mantecao, que cada uno haga su campaña». Eso sí, es necesario cargar pilas y recuperar parte de la fe perdida, y qué mejor que un acto de purificación, un baño de autenticidad, raza, rabia y verdad... Porque lo que hoy tenemos en números rojos es la verdad, gente de rompe y rasga, de esos salen muy pocos y a los que hay que acudir como clavo ardiendo. Hoy le tocó al alosnero Paco Toronjo.

Y qué hace un rockero a las dos de la mañana embobado escuchando fandangos... Pues porque esta criatura sin decir nada, habla el mismo idioma que Hendrix, Vinicius De Moraes o Bukowski. Un tipo que, como buen minero que fue, sabía sacar de sus entrañas sentencias vitales que harían tambalear hasta la última bisagra de la ventana de un teatro. Con una infancia de la cual no quería acordarse, buscavidas que a base de pico y pala llegó a ser la figura más grande de este estilo, con una vida bohemia hasta el extremo, fumador y bebedor empedernido, supo hacer de su voz prodigiosa un látigo que arremetía con todo lo que la vida le había mostrado, la falsedad, la hipocresía, el poder del dinero, los cariños de compra y venta, con versos de puño y letra como estos: «Los niños y los borrachos/son los que dicen la verdad/y nadie les hace caso/porque a esa gente normal/la verdad le hace pedazos». Cantes desafiantes, como su puesta en escena, sus gestos, rozando la soberbia, pero que escondían detrás un corazón sufrido y bueno, que había recibido demasiados golpes en la vida: el fallecimiento de su madre y su hermano, casi seguidos, la muerte de su hijo por sobredosis en los primeros años de la década de los ochenta... Por cierto, noticia que lo pillaría encima de un escenario; en vez de suspender siguió cantando y volvió a sacar de sus adentros una letra improvisada con la negrura del carbón de esa mina inagotable de sentencias: «Perdí lo que más quería/ya no tengo na que perdé/he perdío a la mare mía,/a mi hermano y a un hijo mío también/¡qué golpes me ha dao la vida!». El semblante de Jesús Quintero rezaba: «No hizo nunca nada por dinero, no se dejó nunca deslumbrar por la fama, su madre le decía, hijo mío eres tan bueno, que el mundo se va a reír de ti, pero Paco sí que se rió del mundo».

Sus años de tabaco y alcohol le robaron su voz, último golpe que le dedicaría un destino ingrato, que se lo llevaría en el 1998. Pero el reconocimiento del público y los artistas en vida fue su victoria final. Bendito seas, Toronjo, que a las tres de la mañana me tienes clavado a la silla con la media sonrisa del que todavía guarda una esperanza de que, como decía Valderrama, hay que tener un sello aunque sea de correos. «Cuéntale al mundo tus dichas/y no les cuentes tus penas /que más vale que te odien/y no que te compadezcan».