Decía Saint-Exupéry que, para él, «volar y escribir son la misma cosa», y ahora la revista Litoral corrobora las similitudes entre ambas actividades con su último número, El arte de volar, que recoge toda la poesía, la literatura y el arte que han dado de sí los aviones y las líneas aéreas.

Y es que, como señala el director de Litoral, Lorenzo Saval, «hacer volar la imaginación, suspenderla en el aire y luego hacerla aterrizar suavemente con cierta aerodinámica en el papel pueden tener la misma dificultad que experimenta un piloto que despega o aterriza de emergencia después de una misión nocturna de reconocimiento». «Hemos descubierto una gran cantidad de textos interesantes, desde la antigüedad grecolatina y el mito de Ícaro», sobre el que compusieron versos Günter Grass o José Ángel Valente, afirma Saval. En esta última entrega de la revista creada por los poetas del 27 Prados y Altolaguirre tampoco faltan los primeros visionarios que creyeron que se podía volar, como Leonardo Da Vinci, quien auguró que «un hombre con alas grandes y debidamente sujeto podría vencer la resistencia del aire y, dominándolo, elevarse sobre él».

Del anhelo de surcar el aire dieron cuenta Alberti («¡Qué maravilla es volar!», escribió), Neruda («Hay que volar a cada instante como las águilas, las moscas y los días») o Gonzalo Rojas («Juguemos al gran juego de volar en esta silla: el mundo es un relámpago»). Los primeros ingenios para cumplir este sueño, como el globo o el zepelín, fascinaron a pintores y poetas como García Lorca, que durante su estancia en Nueva York escribió en una carta a su familia: «Realmente el barrio de rascacielos de Wall Street es maravilloso. Hace días vi al Zeppellin anclado bajo ellos como un pez verde y tuve la impresión, un instante, de que estaba soñando».

No podían ausentarse de este número «aquellos locos que fueron los primeros aviadores», apunta Saval, que ha reservado un espacio también para la aeropoesía de los dadaístas y para elementos fundamentales en esta temática como los aeropuertos, los propios viajeros o los tripulantes de cabina.

Pero no es la única publicación de altos vuelos poéticos de estos días. La antología poética titulada Ángeles errantes, del editor literario de Litoral, Antonio Lafarque, y publicada por el Centro de la Generación del 27, pone de manifiesto que las nubes, como el amor o la muerte, son uno de los temas universales de la poesía española.

51 poemas de otros tantos poetas conforman esta antología, que lleva el subtítulo de Las nubes en el cielo poético español. Lafarque llegó a reunir quinientos poemas de varios cientos de poetas del siglo XX español, además de Gustavo Adolfo Bécquer, único plenamente del XIX que ha sido seleccionado. Si a esos poemas se les suman los que trataban central o tangencialmente la niebla o la bruma, el censo de la selección inicial se elevó a casi 900, sólo de poetas españoles, ya que la presencia de las nubes en la poesía hispanoamericana, según Lafarque, no es inferior a la española. El malagueño Rafael Pérez Estrada, aunque en prosa poética, ha sido el poeta que más ha frecuentado las nubes en su obra, seguido de otro andaluz, Juan Ramón Jiménez, y del vallisoletano Francisco Pino, quien sin embargo no fue finalmente seleccionado para la antología.

Manuel Altolaguirre, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Emilio Prados y Luis Feria ocupan un segundo puesto en cuanto a frecuencia de las nubes en su poesía.