La anarquista

Compañía: Teatro Español.

Dirección: José Pascual.

Autor: David Mamet.

Intervienen: Magüi Mira, Ana Wagener.

Paradero desconocido

Compañía: Producciones Andrea D´Odorico.

Dirección: Laila Ripoll.

Autor: Kressmann Taylor.

Intervienen: Juanjo Artero, Juanjo Cucalón, Sara Casasnovas, Rosa Blanco Campo.

El Festival de Teatro de Málaga nos ofreció la ocasión de disfrutar de un espectáculo sobresaliente: La anarquista, de David Mamet, en versión, dramaturgia y dirección de José Pascual y con el Teatro Español como garante. Aunque lo cierto es que el aval principal son Magüi Mira y Ana Wagener en un duelo impresionante. Mamet es sin duda uno de los autores más interesantes y escribir sobre él resulta paradójico porque cualquier cosa que se diga resulta baladí o pretenciosa. Hay que ver sus obras. La arquitectura dramática de este texto de La Anarquista es soberbia. No se trata de un drama en el que el conflicto nos depare la gran sorpresa, no, es el enfrentamiento dialéctico el que nos subyuga. Un arriesgado diálogo, una discusión comprometida: el poder y la disposición que éste se otorga sobre la libertad de los ciudadanos. Sea como sea el resultado y las opiniones que después genere, lo cierto es que deja esa necesidad de reflexionar, incluso de contradecir y conjeturar.

La historia es la de una anarquista presa que lleva 35 años de condena por un crimen, y una entrevista en la que solicita su liberación, se siente vieja y cansada, ha abrazado la fe católica, pese a haber nacido judía, dios la libera. Pero la funcionaria encargada, la representante de El Estado que debe autorizar su liberación, incrédula, pretende sacarle información a cambio de aceptar ese supuesto arrepentimiento. El poder sobre la mesa. Los personajes están muy claros desde el primer momento. Lo que importa ahora es el juego interpretativo. Sin duda sublime. Magüi Mira y Ana Wagener logran un enfrentamiento extraordinario. Ambas dotan de autenticidad sus parlamentos y el punto de credibilidad en la defensa de sus personajes hace que el espectador tenga dudas sobre su propia y premeditada opinión. Sin duda la labor en la dirección es determinante en la consecución de este esmerado espectáculo, que te deja con el sabor de boca de haber visto una magnífica obra de teatro, pero de teatro teatro. Lo que no le perdono son dos cosas, una es el uso de microfonía. Tal vez motivado por la necesidad de conservar el ambiente de intimidad, pero precisamente por eso y en un espacio como el Echegaray, chirriaba. La otra, esa obsesiva tendencia a situar los personajes de frente y tan a la italiana -daban ganas de girar a las actrices de vez en cuando-, innecesario en el estilo tan realista. Gustos personales aparte, es un precioso trabajo para disfrutar de la interpretación por encima de todo.

Paradero desconocido

También en el Cervantes se presentó Paradero desconocido, obra escrita por la autora americana Kressmann Taylory versionada y dirigida por Laila Ripoll. Interpretada por Juanjo Artero, Juanjo Cucalón y Sara Casasnovas, cuenta además con la intervención al piano de Rosa Blanco Campos. La obra en sí es la adaptación teatralizada de la novela de la señora Kathrine Kressmann Taylor, que vivió en los comienzos del nazismo una historia similar a la que se narra. Incomprensiblemente unos amigos educados en los Estados Unidos a su vuelta a la Alemania de los años 30, gente culta y liberal, terminan aceptando las creencias de un tal Adolf Hitler, y evitando, incluso humillando, a un amigo judío al que encuentran por la calle. Esta anécdota la lleva a escribir, usando el género epistolar la historia de dos amigos y socios, uno judío y otro alemán, que tras el retorno de este último a Berlín mantienen una correspondencia propia de amigos que va degenerando con el paso de los años hacia un terrible desenlace. ¿Por qué ocurrió esto en la Alemania de preguerra? Un país que vivía en la miseria se ve aupado en su autoestima por los discursos inflamados de un visionario. Gente sensata que se dejó arrastrar por la insensatez.

La dramaturgia mantiene ese epistolar de la novela, pero la enriquece cruzando las intervenciones y las interpretaciones para crear un juego escénico dinámico. Tal vez la única pega es que resulta todo demasiado evidente. No porque se pierda la sorpresa final. Porque los acontecimientos se narran de un modo demasiado simple. Evolucionan directamente, no hay misterio, la dramaturgia no se interroga a sí misma. Las interpretaciones son adecuadas al ritmo y a la narración. Sara Casasnovas crea un personaje interesante; su aparición entre narradora que canta y baila no se vislumbra como parte de la trama hasta que avanza la historia, y con su expresivo dominio del drama impregna la evolución. Juanjo Artero es un actor muy sincero, se deja la piel y conecta por su veracidad fácilmente con el espectador. Y aquí lo vemos ir del tipo simpático y amigable a un atormentado que posteriormente se convierte en injusto cobarde. Algunos matices dentro de estas clasificaciones hubieran estimulado aún más su interpretación, a veces también demasiado evidente. Por otro lado Juanjo Cucalón confiere a su creación características más arriesgadas al contener la expresividad y dirigir los sentimientos del personaje hacia emociones que sólo se reflejan con el modo de actuar.